Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

martes, 22 de enero de 2008

Un día fatídico

Cuando acabé la edad escolar, quedé varado en el pueblo. A veces, cuando el maestro se ausentaba, me dejaba al cargo de los colegiales. Y no dudo en afirmar que acabábamos aquellos años con una cultureta más extensa que la actual.

En mi caso fuí atrapado de forma que no podía marchar a estudiar, -no había dinero y solo había una salida, irse con los curas o los frailes, el mío, fue un pueblo de curas-, tampoco a trabajar pues no hubiera ganado ni pa pipas, y en la compañía minera, salida natural de los jóvenes de la zona, no admitían a nadie. Tampoco teníamos tierra para poder subsistir de ella. Mi padre era un jornalero del tren minero, como mis abuelos y mis tíos. Tenían un par de mulos -uno cada uno- heredados del abuelo y yo enmedio, criado de ambos (padre y tío). Así que labrador a la fuerza. Sin vocación. De este modo perdí el tiempo hasta que un día un desgraciado accidente puso fín -drástico- a esa vida rústica.

Habían vendido los mulos heredados, ya viejos, y comprado dos jóvenes. Uno cada uno. El de mi padre, a pesar del poco tiempo que pasamos juntos, un excelente animal. Que me perdonó la vida. Un día había ido con el a las Dehesillas. Le até una soga larga para que pudiera apacentar. No sé cómo, comenzó a andar y yo quedé trabado de un pie a la soga que estaba suelta, aún, y atada la otra punta a su ramo o ronzal. ¡Soooooo! ¡sooooooooo!, no paraba y me tiró al suelo. Ya me había sacado al camino arrastrándome, y yo sin parar de pedirle que parara. ¡Soooooo! Navarro ¡soooooo!. No sé si fueron mis llamadas o el peso de mi cuerpo que le tiraba del morro, al fin se detuvo. Temblando y llorando me solté el pie y le acaricie para calmarlo. Si se hubiera espantado y echado a correr, me habría matado.

Su fin, no estaba lejano. Una mañana, labrando en la cerrada La Balsa,en el mismo paraje, paré junto al ribazo a hacer de vientre. La costumbre de los mulos, en cuanto estaban parados era ir a comer si había donde. Yo, ¡soooooo! quietos!!!. En esto que la rueda del rusal le dió en las patas al mulo de mi tío. Comenzaron a andar. Como iba yo a pensar lo que estaba a punto de ocurrir. A lo que quise reaccionar, pues me pillaron con los pantalones abajo, ya no pude alcanzarlos. El mulo tirando coces y el otro también corría. Salieron por la portera y enfilaron cara al pueblo por el camino y yo corriendo y llorando detrás sin posibilidad alguna de alcanzarlos.

Justo a la entrada del pueblo, se habían parado (y menos mal que no encontraron a nadie por el camino). Me acerqué a calmarlos y soltar el rusal. Al andar el mulo de mi padre, observé algo raro. Cogeaba. Miré sus patas traseras y contemplé horrorizado como una de ellas estaba seccionada por encima del casco. Le había cortado el tendón.

Para mí, fue un trauma tremendo, casi amnésico pues apenas lo recuerdo. Avisaron a mi padre que creyó que el herido era yo. El mulo, hubo de venderlo porque quedó inútil para el trabajo. Así fue como, tras tan desgraciado accidente, finalizó mi vida como labrador pobre. Mi madre no quería perderme, pero los hechos la convencieron. No volvieron a comprar otro, y yo, inicié una nueva singladura. Pobre consuelo el mío. Entregó su vida, para que yo iniciara la mía.

NOTA.- Los mulos, en su loca y desenfrenada carrera, llevaban tras de sí el rusal, un apero de labranza con una teja afilada que servía para voltear la tierra. Cruzaron por encima de un montón grande de estiércol en el cual la rueda del apero se clavó y este dió la vuelta de campana brusca hacia adelante, pillándole la pata al mulo de mi padre y seccionándole el tendón. Y menos mal que no fué el de mi tío....

Lector: ¿Te imaginas en esa tesitura a un niño/joven de 15/16 años actual?. Lo que vemos que ocurre en otros lugares tercermundistas, aquí también ocurrió. Por necesidad. Hoy, afortunadamente, aquello quedó superado. Aunque para mi, fue una tragedia.