Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 14 de febrero de 2008

El tiro por la culata

Estaba hasta las barbas de que la pantalla se le quedara "encarcelada" cada vez que ponía a correr el programita de marras. El viejo profesor no podía comprender en que había fallado. El, que era meticuloso y concienzudo en su trabajo y no dejaba nada al azar, veía como parte de su obra ¿acaso experimento? derivaba hacia horizontes no previstos e indeseados. El algoritmo, no funcionaba; o mejor dicho, sí, pero de manera autónoma e incontrolada. Siempre quedaba la posibilidad de detener y destruir ese minúsculo "virus" que hacía estragos en su programa. Pero no era llegado el momento.

Sin duda eran efectos colaterales no previstos. O tal vez alguna instrucción errónea introducida . ¿Quizá alguno de sus ayudantes, de forma subrepticia, había colado un troyano? ¿Alguien habría visitado alguna página porno?. Repasaba una y otra vez el modus operandi y no hallaba puertos por los cuales algún hacker ocasional y con mala leche pudiera haberse "invitado". Su cortafuegos era infalible y no hablemos del antivirus.

Tratando el tema con su hijo, llegaron a la conclusión de que la mejor manera de dar con el fallo y enmendar el error sería que delegara en él la resolución del asunto. Tomadas las medidas necesarias, puso manos a la obra. Su entrada no fue como para recordar. Pasó un tiempo en hibernación estudiando el comportamiento y desarrollo del "virus" para no ser advertido y eliminado. En su momento, tomó la decisión de entrar en acción e ir modificando en el programa con las instrucciones que debían haberse seguido, a fin de rectificar su erróneo desarrollo.

No tardaron las defensas del troyano en detectarlo y, viéndose en peligro, actuar. Fueron tejiendo una maraña de trampas saduceas y preguntas capciosas, hasta que lograron hacerle desaparecer. De vuelta con su padre, llegaron al convencimiento de que no había más alternativa que formatear el disco duro y empezar de nuevo; pero se resistían a reconocer la certeza del fracaso ya que ello acarreaba también eliminar cuanto de bueno había creado y debían tomarse un tiempo antes para hacer back ups.

Dentro del propio "virus", algunas líneas del programa modificado fueron asumidas por células que al multiplicarse, mutaron también a su vez. Contemplando el devenir de su invento y que las instrucciones que el había introducido solo eran invocadas de forma torticera e interesada, decidió que, para no ser el hazmerreir de la casa, lo mejor era dejar al troyano a su aire hasta que hiciera reventar al algoritmo.

Si se jode el disco duro, lo cambiamos por otro con capacidad infinita y además, nuevo. Y a vosotros ¡Qué os den!.