Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Delincuentes

El verano que pasé en Canet de Mar, fue muy interesante en muchos aspectos. Casi diría que intenso. Había una escuela de aprendizaje sobre telares en la cual cursaban sus estudios jóvenes sudamericanos entre otros. Estos por las noches, a veces montaban el sarao con sus guitarras al cual nos sumábamos de forma entusiasta nativos y foranos. Allí se cantaba de todo. A Serrat. Y aprendimos a cantar y bailar "La Machina". También aprendí a jugar a los dados y al póker, con las consecuencias previsibles. Poniéndolas. Cupido me alcanzó, sin excesivos traumas posteriores afortunadamente, a pesar de las lágrimas (de cucudrulo) en el tren a la vuelta hacia Barcelona. La playa no me gustó. Era como de gravilla que se clavaba en los pies y profunda, y yo, soy de secano.

Sin embargo, ocurrió un episodio que pudo costarme caro.

Mi jefe contrató a un ayudante. Aquí podría decirse aquello de "to er mundo e mu güeno, mientras no se demuestre lo contrario". Traía una moteta y una noche nos fuimos a Arenys de Mar. No llegamos. La guardia civil nos dió el alto. Tras las preguntas de rigor, nos obligaron a volver a Canet para hablar con nuestro jefe. Al retorno, pasé miedo con avaricia. Con la moto a toda pastilla y yo rogándole que no corriera tanto. Acojonadico. Y las piernas temblándome cuando bajé de la moto.

Allí se aclaró que yo no tenía nada que ver con el pollo aquél. Yo ya me libré. Después, se fueron los tres a San Pol de Mar. En cuanto entraron al pueblo, el tío arrojó la moto y huyó sin que los guardias le pudieran dar caza. La moto, era robada, etc. ¡Vaya figura!

Menos mal, porque sino, nos habria limpiado y busca al perro que te mordió. (Como el cabrito que me robó el reloj en la pensión de las Ramblas).