Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 5 de mayo de 2008

Lo habré soñado.....

Se hallaba bebiendo agua en la orilla del río cuando de pronto algo le rodeó el cuello al tiempo que trataba de introducir su cabeza en el agua, supuestamente con aviesas y poco amigables intenciones para su salud. Rápidamente reaccionó. En ello le iba la vida. Agarró con ambas manos el artilugio que le oprimía y de forma brusca se dejó caer al agua. Cogido de improviso el atacante, también se precipitó tras él al río. Allí soltó la "pértiga" chapoteando, en un intento instintivo de salir del cauce. No le dio tiempo ni tregua el atacado. Saliendo a la superficie, tomó aire sumergiéndose a continuación, atrapó de un pie a su agresor y lo arrastró hacia el fondo. Cuando cesó de bracear y patalear, soltó a su presa dejando que la corriente lo arrastrara al tiempo que él intentaba ganar la otra orilla nadando sumergido.

Oculto entre las cañas, la broza y los arbustos, quiso averiguar quienes y porqué le habían atacado. Algo tuvo claro; no deseaban visitantes molestos y curiosos que descubrieran sus manejos y menos, que lo contaran. Había una docena de ¡¡¿buitres?!! alejados de la orilla y otros tres braceando y gritando en el lugar donde habían desaparecido. Pronunciaban un nombre y señalaban al río. No debía ser importante el ausente ya que el resto no hizo caso, pero a éstos, les preocupaba la inmersión y desaparición de su correligionario. Le resultaba difícil entender y seguir su conversación pues no todos hablaban la misma lengua.

En esto observó pasmado como un buitre que calzaba, o intentaba, unas zapatillas de niño aterrizó, es un decir, más bien se dio un tozolón con la pechuga arrastrando por el suelo un trecho, a unos pocos metros del grupo. Era cómico verlo andar a saltos dando traspiés y algún que otro morrazo contra el suelo. En una especie de chaleco, llevaba prendidas varias medallas lo cual le hizo pasar del pasmo a la estupefacción. Solo le faltaban una pata de palo y un parche en un ojo. Casi le da algo al ver como aquella caterva se inclinaba sumisa ante su presencia. Tras un breve monólogo, salieron todos disparados hacia la orilla. Sus gestos y gritos, no hacían presagiar nada bueno para él; procedían a buscarlo.

Aquel lugar, en lo que alcanzaba a ver, parecía ser una isla en cuyo centro se divisaba un edificio principal, grande, y otros menores en la periferia. Al tiempo que iniciaba una más que peligrosa huida para evitar ser descubierto y capturado, fue atando cabos sobre los fines de aquella reunión. El zurrón con libros que portaba y del cual se había desprendido para beber agua, ya navegaba aguas abajo hacía rato.

El siniestro y cómico buitre, tras un accidentado despegue, volaba hacia el interior de la isla. Por su parte, había pasado mucho frío pues aunque para la primavera faltaban escasos días, el agua le calaba hasta los huesos. No se sintió a salvo hasta que al llegar la noche, tras poner tierra por medio, escuchó voces que sin comprenderlas, le indicaban que el peligro había pasado. O al menos, eso creía él.