Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 17 de mayo de 2008

Cocinero antes que fraile



Después de ocurrir el desgraciado accidente, narrado con anterioridad, ocurrido a la caballería de mis padres, estos debieron replantearse mi futuro. De no haber mediado el mismo y debido al excesivo proteccionismo de mi madre, sabe dios cuánto más tiempo hubiera permanecido en el pueblo. Ante la falta de futuro en el mismo, mucho antes debí haber salido a buscarme la vida como muchos miles más en aquellos años de éxodo y diáspora hacia las ciudades.

Así que, vencidas por los hechos las últimas resistencias, mis padres encargaron a un tío suyo que ya se había instalado con sus hijos en la ciudad, la búsqueda de un empleo para mí. A finales de Abril, emprendimos viaje mi madre y yo. Y el 1º de Mayo, que entonces no era fiesta laboral, arrancó la nueva singladura de mi vida en el hotel Oriente ¡¡de pinche de cocina!!.

No tengo especial memoria de aquellos días. El contraste del pueblo con la ciudad, el cual doy por hecho que se produciría, no dejó excesiva huella. Me pagaban 900 pelas al mes y pagaba 700 a los tíos por el hospedaje. Así que con 40 duros para mis gastos, había de pasar el mes.

Los trabajos habituales: encender el fogón de carbón y alimentarlo, pelar patatas, socarrar los pollos,.......Los cocineros se portaron bien conmigo. En especial el señor Santiago, que me buscó el siguiente trabajo cuando las cosas se pusieron feas.

No tuve tanta suerte con una ¿despensera? que había. (no sé porqué, siempre me han caído mal las mujeres en el trabajo). Estaba liada con algún jefe del hotel y parece ser se creía con derecho a dominar al catetico de pueblo recién llegado. Pero yo no estuve por la labor.

Cuando alguna tarde me tocaba quedarme de guardia -no sé para qué-, o sea solo, aprovechaba para comer y beber, sin que se notara, de lo que había a mano. Me gustaba el helado de vainilla y no me gustaba hacer los caracoles de mantequilla para los desayunos.

Por ese desacuerdo con la cantinera, y antes de que las cosas llegaran a más, el sr. Santiago me buscó otro empleo y en el mes de Julio, comencé a trabajar en el Rte. París, de mucha enjundia en aquella época y hoy desaparecido. De ayudante de cocina y por ¡¡1200!! pelas al mes. Aquí, pasamos un invierno de lo más divertido, eso sí, sin un puto duro en el bolsillo.

Hoy, pasados tantos años, doy las gracias porque desde el primer día, me dieron de alta en la seguridad social. Y me abrió las puertas a todo un mundo de nuevas vivencias y sensaciones.