Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

viernes, 13 de junio de 2008

Mojatina de pardillos. Cosas que aún me ponen los pelos de punta.

Cuando mis hijas eran pequeñas y estando en el pueblo, una tarde nos fuimos a merendar a la fuente de La Canaleja. Eran tiempos en los que en verano, aún no se secaba el manantial.

Se acercaba la puesta de sol y encima de la atalaya del Villar se formó una nube que en principio no llevaba maldad. Todo raso y sin raíces. De haber tenido otras trazas, y dado el miedo que siempre he tenido a las tronadas, rato haría que habría levantado el campamento.

Comoquiera que aquello iba tomando un feo cariz, pues se veía que algo de agua soltaba, recogimos y nos fuimos hacia donde había dejado el coche, al pie de la vía del tren a unos 300 metros. A mitad del recorrido, la lluvia nos vino encima. Dejé a mi mujer con la pequeña y le dije que me siguiera. Bajé a la mayor a protejerla bajo el puente de La Torreta y le dije que no se moviera. Subo de nuevo el terraplén a buscar a la mujer y a la pequeña y ya las veo que estaban a mitad de camino al coche. ¿Qué dilema!. ¿Iba tras ellas o recogía a la mayor?. Echando pestes de la mujer, arreé hacia el coche.

Calados hasta el culo cuando llegamos, arranqué para ir a buscar a la otra chica. Y la veo que venía camino adelante hacia el coche. ¡Dios mío!. La zozobra me embarga cada vez que lo recuerdo. La criatura, en vez de quedarse bajo el puente, se encaminó hacia el coche. ¿Cómo supo hacia donde ir sino se veia el coche? ¿y si le dá por irse en otra dirección y luego no la encuentro? ¿y si llega a pasar el tren cuando iban por la vía la mujer y la pequeña? El terror se apodera de mí cada vez que revivo ese día.
Los calificativos que me aplico, no son aquí reproducibles. Que me sorprendiera aquel chaparrón, aún no me lo explico. Pero aquella maldita nube, no era una tormenta consolidada ni siguió el camino que usualmente toman las nubes en aquellas montañas.