Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

domingo, 5 de octubre de 2008

En busca del Arco Iris



Le habían dicho que quien lograba llegar al nacimiento del arco iris, se encontraría un tesoro y podría encaramarse a lo alto del mismo para contemplar maravillas. Todo precioso y lleno de colorines, donde los pájaros no cesaban de trinar, había millones de flores de todos los colores y fuentes cristalinas llenas de elfos y aguas saltarinas.

Así pues, aquella tarde decidió que iba a emprender ese viaje fantástico. Había llovido, pero a intervalos las nubes dejaban pasar los rayos del sol y el arco iris lucía en todo su esplendor, no muy lejano.

¡Allá voy! se dijo. Pronto se dió cuenta de que cuanto más caminaba, más se alejaban los colorines del arco. Antes lo veía a los pies de una montaña, pero cuando llegó a la cima, se hallaba mucho más lejos que antes.

Aquello le desanimó. No lo alcanzaré nunca. Se dió la vuelta y pudo apreciar que se había alejado demasiado de su casa. Al poco, el arco iris desapareció y el cielo comenzó a cubrirse de negras nubes que presagiaban tormenta. Comenzó a sentir miedo y frío. Con las primeras gotas, y casi a oscuras, halló una oquedad en la que se refugió de la lluvia; que cada vez arreciaba con furia renovada ayudada por un fuerte vendaval.

A la luz de los relámpagos, pudo observar unas figuras que danzaban bajo la lluvia. Se encogió todo lo que pudo procurando pasar inadvertido. Pero no lo consiguió. Una de aquellas figuras se apercibió de su presencia, como si de antemano supiera de su estancia, y se dirigió hacia él y le tomó de la mano. Sintió pánico, pero solo fue momentáneo. Al contacto de su mano, este desapareció. Acompañando al exterior a la figura se dió cuenta de dos cosas: que quien le había tomado de la mano era una criatura como nunca había visto, pero que le transmitía confianza y la otra, que la lluvia no le mojaba. Algo extrardinario, pensó.

Siempre cogido de la mano, acompañó en su danza a aquellos ¿duendes? ¿hadas? y fueron remontándose en el cielo. De pronto advirtió que sus pies se posaban sobre un suelo de colorines y de que todo cuanto desde allí se divisaba era diáfano, colorido y extraordinario.

¡Es verdad! exclamó asombrado. Se volvió para dar las gracias a su acompañante, pero ¡habían desaparecido!. Al instante, notó que el suelo se hundía y caía al vacio. ¡Cotocroc!. El tozolón recibido al caer de la cama, le devolvió a la realidad. Ya lucía el sol y la lluvia había desaparecido, comprobó acercándose a la ventana. ¡Anda! pero si anoche la dejé cerrada. En el alféizar, encontró restos de musgo.....y las suelas de sus zapatos estaban ¡teñidas de colorines!