Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.
viernes, 31 de octubre de 2008
Pasas arrugadas
He leído en El País, un alegato de Maruja Torres contra la última película de Woody Allen; esa de Cristina Barcelona, aunque no menciona el nombre.
La verdad es que la crítica de la película me trae sin cuidado. Pero hay algo en ella que me ha llegado. Acusa al director de ser "como un obsceno viejo, más ocupado de ver como Bardem le come los morros a Johansson y ésta a Penélope".
Y como yo me estoy aproximando no se si peligrosamente o milagrosamente a ese estadio de la vida, pues me he sentido afectado. Y por alusiones, me siento más cerca del señor Allen que de la señora Torres.
Parece ser una constante en las mujeres de la quinta de la escritora, y más jóvenes, el considerar que, como ellas ya no tienen apetito sexual si es que alguna vez lo han gozado, los hombres que las rodean -y los que no- deben, obligatoriamente, hacerse el harakiri y un nudo en la mente y en los órganos genitales.
Como hace poco publiqué en un post, ante esta señora y las de su quinta, -incluso las de mi santa y más jóvenes-, me siento en paz. No me acuden deseos pecaminosos ni tampoco de tentar a la mujer del prójimo, (más bien me dá repelús). Pero que la contemplación de unas féminas como las protagonistas u otras de su edad y esplendor, me hagan rejuvenecer el viejo arbusto y la mente y por ello me llamen viejo verde ú obsceno viejo, me incita a responder que las pasas arrugadas no me gustan ni en Navidad. A la vez que me hacen envidiar a quienes liándose la manta a la cabeza o con fuerte capacidad adquisitiva -FF, vg.-, no dudan en ejercer de viejos verdes. Como el refrán dice: el día que yo me muera, que me quiten lo bailao. También hay otro que diu: un hombre tiene la edad de la mujer que ama. Yo me planté en los 20 y me niego a envejecer.
Una vez leí que a los hombres los mataban las mujeres que han perdido la regla. Hoy, puedo dar fe de ello.
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