Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Relato inesperado





Dejamos a aquel horrible gallinazo intentando calzarse unas sandalias. ¡Qué absurdo! ¿De dónde las habría sacado? ¡Qué patoso! solo hacía que dar vueltas alrededor del calzado e intentar meter sus patazas en ellas. Todo en vano. Seguro las había robado.



Habían atravesado un vergel que sin embargo carecía de agua o manantiales donde poder saciar la sed, suya y de los animales que les acompañaban. El desértico panorama que más adelante se divisaba le hizo preocuparse. ¿Cómo iban a sobrevivir en aquel inhóspito y duro terreno?



Comenzaron a subir las dunas de arena que sin embargo eran duras; la arena no cedía al ser pisada. Al coronar la de más altura, el paisaje que se ofrecía a sus ojos era para no dar crédito a los mismos. De la ladera de un montículo de arena, surgía un manantial que se convertía en riachuelo más adelante. Pero no era la única sorpresa.



Sin dudarlo, se lanzaron a disfrutar de aquel inesperado hallazgo. El agua, era cristalina y fresca pero, no calmaba la sed. Mas pronto se sintieron ahítos y calmado su apetito, tal que si hubieran disfrutado de un pantagruélico banquete.



Sigueron su camino encontrándose en una vaguada una jaima de beduinos. Estos les ofrecieron viandas. Hambre no tenían, pues el agua les había saciado; despreciar la comida, hubiera sido una afrenta a la hospitalidad ofrecida. Se miraron estupefactos. Aquellos alimentos, iban aplacando su sed a medida que los degustaban. Y a la sombra de la jaima, el calor era axfisiante mientras que al sol, la fresca brisa hacía agradable y placentera la permanencia.



El buitre, en la ladera de una duna, seguía dando tumbos enredado en las zapatillas. Una manada de pirañas salidas del riachuelo, o punto estuvieron de dejar sin usuario al calzado y sin plumas al gallinazo. El bicho, salió ladrando despavorido.







(Dedicado a bitácora clandestina).