Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

viernes, 16 de enero de 2009

Amanecer del viernes


Voy, como cantaba Victor Manuel, siguiendo el rastro, como un lobo en celo desde mi hogar, de las andanzas, entiéndase post, que se van escribiendo en los diferentes espacios blogeros.

Y de ello colijo la soledad en que me encuentro. La que siempre he disfrutado o padecido. Con lamentos más o menos histriónicos o sentidos, se ve reflejado el estado de ánimo de los blogers. Yo, quizá también en un estado comediante que me niegue a reconocer a mí mismo puesto que carezco de audiencia, también me veo afectado por esos vaivenes que nos imprime el devenir de los contactos interneteros.

Lo estoy pasando mal. Hace tiempo que lo paso mal. He perdido la estabilidad emocional y mi siquis va dando vandazos cual vehículo sin control. No sé si encontraré terreno apropiado para poder estabilizar o el abismo. Tengo miedo. O inseguridad. Esa es la realidad que debo reconocer para empezar a obrar en concecuencia y ser consecuente de aquí en adelante. Tengo miedo a relacionarme. Miedo a las consecuencias. Miedo a que me hagan daño (¿más sufrimiento que estoy pasando ahora?). Esa debe ser la premisa que me debe guiar en el futuro. Sino estás dispuesto a correr esos riesgos, mejor no te embarcas en ningún tipo de relación.

Qué duda cabe que con mi actitud puedo dañar a otras personas. De hecho, así es. Pero es la reacción de las mismas lo que me asusta. Las discusiones siempre me han dado yuyu y ante ellas siempre reacciono de la misma manera. Huyendo. Dando la espantá. O soltando alguna parida que no está dicha con el mismo acento con el que es recibida, pero a ver quien elimina luego la mancha.

En según que tipo de amistad,la cosa puede empeorar. Si esta se acaba, no todos tienen/tenemos el mismo saber dejarlo sin aspavimentos y actuaciones extemporáneas. Otro de mis temores a la hora de salir corriendo. La salida de una amistad cuando esta se termina, no puede acabar como el rosario de la aurora. ¿Pero estamos todos libres de no ser atacados por ese síndrome de abstinencia? ¿Qué garantía podemos recibir ú ofrecer de ello?. Cuando, aunque de forma "camuflada", hacemos gala ante los demás de nuestro estado de ánimo, dando pistas más o menos encubiertas de la pena o motivo que nos abruma ¿no estaremos explicitando esos lamentos con el fin de crear una atmósfera favorable a nosotros y por ende negativa para el destinatario último de esos mensajes? ¿es eso más plausible o deberíamos quedarnos en nuestro rincón lamiéndonos las heridas?

Lo estoy pasando muy mal. Y no quiero ser injusto con nadie. Asumo TODA la culpa del jardín en el que me encuentro y lamento profundamente si he hollado alguna flor antes de haber podido obtener el más mínimo de sus aromas. Cada cual debe aceptar sus errores y las consecuencias subsiguientes. Yo, a pesar de no abandonar un segundo los recuerdos, y como dice mi querida Amaral en "Como hablar", pienso, creo y debo dar por finalizado el episodio que motiva este y anteriores posts. A pesar de que como cantaría Mecano "Me cuesta tanto olvidarte". Pero las discusiones me pueden. Que me sirva de lección y escarmiento. Aunque ya sabemos de antemano que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y yo, animal y burro.

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