Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Alcaldes y alcaldadas

La hermana pequeña de mi señor padre, aquella que no estuvo de acuerdo en que yo saboreara tranquilo el trozo de turrón que le había tomado prestado, se casó ya pasada la trentena. Algo más joven que mi madre. Por ello yo tenía dos tías, una por cada parte que eran de edad aproximada. Así, muchas veces estaba con una ú otra y recuerdo vivencias a su lado.

De una, la gemela de mi madre, cuando le dió calabazas al novio o al pretendiente, que eso no lo tengo claro. El mozo lloraba y suplicaba por su amor, mas ella impertubable rompió la relación que pudiera unirles en ese momento. También la recuerdo amasando la harina para hacer el pan. Tenían que realizar esta labor por la noche, para dar tiempo a la masa a crecer y poder cocer en el horno comunitario a primera hora del día. Siempre decían que "con el primer horno" salía mejor el pan. Se casó con un forastero, que fué el alcalde de su pueblo, además de mi tío.

La de mi padre, también la recuerdo en la misma faena, pero por otro motivo. La ayudaba mi prima Pilarín, mayor que yo, y me hacían cantar jotas. Así, me recuerdo en el callejón de casa de los abuelos cantando la jota aquella del hermano en el tercio, que hay que tener buenos pulmones y voz para poder hacerlo. O la Campanera. Me quitaron las anginas y me pasó como al de las rancheras, solo me quedó un chiflete. También se casó con un forastero. Hubo pretendientes del pueblo, pero no estuvo por la labor.



De mozalbete, fuí varias veces a su nuevo pueblo, de visita o a ayudar al tío. En aquel tiempo, había gente muy atrasada en el lugar. No era el caso de mi tío, que también era alcalde y con posterioridad llegó a convertirse en personaje importante de una empresa contratista de Renfe hasta su jubilación. Aquí hice buenos amigos y algún rastro en su compañía. Argimiro, el herrero; su hermano, compi de correrías; sus hermanas, una buena amiga y la otra, que casi me clava los ojos en el alma de tanto fijar su mirada en la mía. Hasta casi llegué a echarme novia. Cuando ya la tenía, sus titubeos anteriores, la distancia -y la pelirroja- dieron al traste con el invento. Tardé menos que Sabina en olvidarla. ¡Cómo lamenta uno las cosas que hizo o dejó de hacer!.

Allí, limítrofe con Argente, estuvo el frente de la guerra civil. Aún se conservaban trincheras y casamatas de ametralladora. Encontramos una bala cuya pólvora continuaba activa. Al tío, de jovenzuelo, le ocurrió algo en las manos pues explotó alguna bomba o algo por el estilo. ¡¡Echaron un saco de balas a una hoguera!!

El peor recuerdo que me queda de allí, es el asesinato de un hombre, vecino como sus asesinos de mi tío, al cual un padre y su hijo mataron a golpes de tabla en la sien desde lo alto de un carro. Malos quereres y ruindades dejaron al hombre muerto en presencia de sus dos jóvenes hijos, que nada hicieron ni pudieron por su padre o contra los culpables del crimen. De los dos asesinos, el padre se autoinculpó primero y luego se ahorcó en el calabozo de Calamocha. El hijo, en el juicio, salió libre porque quien podía haberle inculpado por las palabras que este hombre pronunció nada más matarlo, prefirió guardar silencio y no complicarse la vida.


Por cierto que, una de las mujeres más bellas que he conocido, Gloria, era de ese pueblo. Prima de mi tio, más mayor que yo, tonteaba con un hijo del muerto pero creo no llegó a cuajar la relación. De verdad que era una preciosidad de mujer.

Alcaldadas, en mi pueblo; pero eso, ya es otra historia.










enviado lunes, 06 de noviembre de 2006 11:09 por WARRIORV

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