Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

viernes, 9 de enero de 2009

Tombe la neige

Desde el cuchitril al que yo denomino "mi habitación" y que fue dormitorio de mis princesas mientras estuvieron en casa, observo como cae la nieve. A intervalos, fuerte, lenta, nada, y ahora parece que ya comienza a caer aguanieve.

Ya desde chico, me encantaba la nieve. Significaba juego, sin escuela, y como ahora, verla caer a través del cristal estando calentico y resguardado del frío. Pero han cambiado muchas cosas desde entonces. Ahora, desde que estuve a punto de irme a cascala con el coche por su culpa, en la carretera le tengo pánico. También ahora, jubilata y con demasiadas horas para rellenar e invertir, este ambiente aún favorece más la melancolía y soledad relativas que este nuevo status acarrea.

Horas navegando en secano, que te hacen ser dependiente de sueños y quimeras, como ya hace tiempo que denominé a unos de mis blogs. Se tiene tiempo de ser el quijote enfrascado en mil peripecias y el villano maquinando sin cesar felonías por doquier. Puedo pasar de ser el caballero mayor de la reina y aspirante a su tálamo, a ser el traidor que, sin escrúpulos, planea como desembarazarse de ella y ocupar su lugar.

Visitante de páginas sin cuento y comentarista analfabeto de periódicos y blogs. Para nada sirvo y para todo aprovecho. Algo parecido a esos esperpénticos personajes que se pasean por los platós de toda TV que se precie, ya sea autonómica o nacional. Esta mañana, he visto en la de "mi país" al impresentable Ramoncín y otros días a casi toda la corte de gualdrapas de la escoria nazional. Solo hay una diferencia abismal: a mí, no me paga nadie ni me vendo por un puñado de alpiste. (Claro que si me pagaran lo que a Julián Muñoz, saldría acusándome de haber dado el golpe de estado del 36).

En mis ya largas singladuras alrededor del mundo, tripulando mi barco de papel en la piscina del jardín, alguna que otra escaramuza había tenido con las naves corsarias tripuladas por amazonas. Aguerridas y peleonas, sabiendo lo que quieren, me han hecho recapacitar y replegar mis velas antes de que sea demasiado tarde. Puede producirse un incendio en las jarcias y el velamen, con lo cual, quedaría al pairo e indefenso ante cualquier virus que osara atravesar mi cortafuegos, apoderándose de mi puerto y mis naves.

Por ello, he decidido que vale más honra sin barcos que barcos sin honra. Aunque vete a saber ke koño pinta esto akí. Pero yo, a lo mío. Historias para no dormir del abuelo Cebolleta. Y sino alcanzo, llamaré a Pérez Reverte, experto en territorios comanches y con patente de corso, a més a més de experto marino, para que me eche una mano a luchar con las naves berberiscas.

Y esta noche, mojado.