Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

viernes, 6 de febrero de 2009

El maestro viejo (o el viejo maestro)


Así, le llamábamos todos. Aquel día, el maestro titular se había marchado a la capital. Le sustituía en estos casos su padre, maestro jubilado y que también lo había sido en el pueblo. Mi señor padre, lo recuerda (lo kabrón que era).

Bueno, cada vez que este hecho tenía lugar, para nosotros los críos, era fiesta. Aunque en esta ocasión, lo fue más para quienes eran los mayores de la clase in illo témpore. 4 ó 5 años más que yo, quizá más. Buenos prendas, que se meaban en los tinteros.

El hombre, no se complicaba la vida. Íbamos por secciones alrededor de su mesa a leer la lección que nos apetecía. Como loritos, uno tras otro, hasta que él nos decía que cambiaramos de relator.

Cuando le tocó el turno a la sección de los mayores, aquello fue la mundial y el pitorreo padre. No sé que juerga se llevarían entre ellos. El caso es que, en vez de leer, les entraba la risa. Se descojonaban. Pero el maestro, se levantó y se lió a guantazos con ellos, -sí, esos que hoy está prohibido propinar a los críos incluso en casa, aunque más de uno se merece una carga palos-, pero con mala hostia y cabreo.

Pim pam, pim pam, a dos manos, uno tras otro. ¡Madre que sarta de hostias les endiñó!. Y cuanto más les pegaba, más se reían. No tengo claro si les calmó la risa, supongo que sí, pero no pudo hacerles leer ni llorar. Uno de ellos, pariente mío, fue, es, cura.

Resultan curiosos los métodos de enseñanza de entonces y los de ahora. Y no siendo partidario del lema "la letra con sangre entra", tampoco lo soy del actual en el que los niños/niñatos, que son muy bordes todo hay que decirlo, a veces insultan y agreden a los maestros. Si quienes hemos recibido algún guantazo, reglazo, pescozón, tirón de pelo u orejas, mimbrazo en la palma de la mano o los nudillos de los dedos, hubiéramos crecido traumatizados por ellos, la sociedad sería un caos. Sin embargo, comienza a serlo ahora.

A mí, aparte de recordar con nostalgia, cariño y una sonrisa esos tiempos ( y a las maestras, pues años más tarde la maestra del pueblo fué novieta mía) , solo me mueve un sentimiento de compasión hacia el maestro. ¡Qué le vamos a hacer!. Soy un sentimental.


Homenaje a l@s educadoras.