Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 28 de febrero de 2009

Así estoy yo

Cuando los rebaños de ovejas o cabras volvían a la tarde/noche a sus establos y parideras, tanto las madres como las crías comenzaban a balar buscándose a veces desesperadamente. Cuando algún corderillo o cabrito no encontraba a su madre, intentaba agarrarse al primer braguero que encontraba. La presunta madre, oveja o cabra, se volvía y le corneaba o arrancaba a andar y no le dejaba mamar. Hasta las había que repudiaban al hijo, con lo cual, había que conseguir que el animalillo se alimentara o moría, claro. Para ello, se buscaba una madre adoptiva sobrada de leche, y se la sujetaba mientras el cabrito o cordero mamaba.

Una vez, tras la muerte de una cabra que teníamos dejando dos cabritos huérfanos y sin alimento, en un acto que yo denominaría sublime, otra cabra, que era la madre de la muerta, aún sin haber parido, le vino la teta y crió a sus "nietos".

Hoy, me siento como uno de esos animalillos. Desamparado.

Yesca y pedernal



Hoy, tocaba celebrar cena. Cualquier escusa es buena para ello. Todos los meses, nos juntamos unos amigos y nos vamos a una tasca acogedora en la cual ya tenemos mesa reservada.

Tras sentarnos, observo como en unas mesas más allá, hay unas señoras en animada charla. ¡Qué coincidencia!, como nosotros. Desde el primer momento, mis ojos se posaron en la que tenía enfrente. Nuestras miradas, fueron encontrándose cada vez con más frecuencia e intensidad. Al principio, ella apartaba su vista y miraba al plato o a sus amigas. El ambiente, la comida y el vino, comenzaron a hacer efecto.

Poco a poco, se notaba como las lenguas se iban desatando y las miradas se mostraban atrevidas. A los postres, ya nos mirábamos fijamente sin importarnos la presencia de los demás. Nos estábamos comiendo mutuamente. En un momento dado, se levantaron ella y otra amiga para ir al servicio. No lo pensé, me levanté como movido por un resorte y las seguí. Tras una puerta, había un pasillo discreto que daba acceso a los servicios. Ella se rezagó y nos quedamos solos. Sin pensarlo, nos abrazamos fieramente y nos besamos. Ella se soltó. Pueden vernos, dijo, y entró al servicio de señoras.

De vuelta a las mesas respectivas, al poco ella se disculpó ante sus amigas y aduciendo que estaba mareada se levantó de la mesa para marcharse. Yo hice lo propio. Los demás, metidos en su propia juerga, no opusieron resistencia.

Salí a la calle buscándola con la mirada. La ví junto a su coche con la puerta abierta dispuesta a entrar en el. Me acerqué y mirándola a los ojos, la abracé y besé. Al principio suavemente y luego, ambos, con pasión desbordada. ¿Cómo te llamas?. Alba, ¿Y tú? Juan. Sígueme con el coche.

Monté en mi coche y conduje hasta un hotel cercano. Pedimos una habitación y subimos.
La habitación disponía de yacuzzi, así que mirándonos sabíamos lo que pensábamos los dos. Suavemente, nos fuimos despojando de la ropa entre besos y caricias y nos metimos en el yacuzzi recorriendo con ternura el cuerpo del otro, besándonos cada vez con mas pasión.

La senté en el borde del jacuzzi y comencé a recorrer su cuerpo con mi boca, lamiendo sus pechos y buscando su entrepierna. Vibra y se sofoca con mis caricias y mi lengua juguetona, me aprieta y acaricia la cabeza contra su sexo. Después, ella hace lo mismo con el mío, se lo introduce en su boca, volviéndome loco con sus besos y succiones.

El calor iba en aumento y nuestros cuerpos se deseaban cada vez más, salimos del yacuzzi y nos fuimos a la cama.

La tumbo sobre la cama y mi boca busca la suya, nuestras lenguas se enredan en una pugna por saber quien era la más fuerte, sigo besando su cuello y sus hombros, mi lengua busca sus pezones y juguetea con ellos poniéndolos cada vez mas duros.

Mi mano acaricia su sexo, mi boca sigue bajando por su vientre y la parte interna de sus muslos haciendo el recorrido inverso para pasar mi lengua y mis labios por todo su cuerpo. ¡No me tortures más! dice con voz entrecortada y jadeante. ¡Cómeme ya!. Así, con una respiración cada vez más agitada, logra un orgasmo largo entre gemidos y suspiros, arqueando su espalda y retorciéndose como el rabo de una lagartija.

Luego, se sienta encima de mi sexo erecto mezclándose nuestras humedades, y con mucha suavidad deja que la penetre, sintiendo la calidez de su sexo en tanto el mío, se pone cada vez más duro.

Y moviendo su cadera en círculos y sus manos aferradas a mí cintura, empieza a moverse cada vez más rápido hasta que juntos estallamos. Llegando a lo más alto del placer mientras nuestras bocas se besan desaforadamente...

Nos volveremos a encontrar...


A mi amada esposa