
Pan del día, recien hecho. A continuación, a almorzar en la Fuente del Canto. ¡Qué maravilla!. Es un lugar privilegiado próximo a la localidad, adentrándose en los Montes Universales. La sombra del pinar y la frescura de la fuente -el agua helada- invitaban a quedarse allí sesteando en vez de destripar el día haciendo kms. Y del almuerzo, qué voy a contar, ¡qué tragos y que zoquetes!.
Con el ánimo y el cuerpo entonados, partimos hacia Griegos y Guadalaviar. Pasada esta última localidad y tras una empinada cuesta, se abre el valle del Tajo. Hay un monolito en el cual convergen las tres provincias: Teruel, Cuenca y Guadalajara. Tres comunidades distintas. También otro que señala el nacimiento del Tajo aunque en aquel momento saliera agua como del chorro de un botijo.

Seguimos hasta Tragacete. Cuenca. A la vera de la Muela de san Juan, nacen muchos ríos. Aunque nosotros buscábamos el nacimiento del río Cuervo. Lugar encantador y muy poblado. Había campings y hoteles. Al nacimiento del río se accedía andando. El agua surge al pie de una piedra brotando del suelo. También había cascadas tipo Monasterio de Piedra, pero menores.

Comimos y descansamos pues había mesas para ello y la comida la portábamos. Una vez repuestos, volvimos a Tragacete para ir en busca de la Ciudad Encantada. Carretera sinuosa y lenta. A la salida de las gargantas del Júcar, ya en la otra orilla, mi madre se mareó. ¡Ay que malica me pongo!.

Llegamos a la Ciudad Encantada y ¡qué gran desilusión!. No sé que se habían figurado mi madre, mi santa y demás parroquia. Aquellas enormes piedras de caliza moldeadas por la erosión, no les decían nada. No obstante, apatrullamos el circuito y, mi señor padre, no quiso saber nada de piedras. En una barranquera producida no se si por la erosión o el hombre, había unas hermosas plantas de té. Él, a lo suyo. se metió dentro, a pesar de la vegetación, y acabó con una brazada de plantas de té. Puede que no lo haya probado, pero su ilusión, era cogerlo. Hoy, no lo habría podido ni tocar. Le habrían rascado el bolsillo bien.

Y al atardecer, la vuelta. Por la margen izquierda del Júcar hasta Huélamo, Frías de Albarracín, Noguera pasando por Horihuela del Tremedal para repostar y a casa. Gran desencanto para mí madre - qué mal lo pasó- y la tropa, pues habían confundido a las casas colgantes con la Ciudad Encantada. De aquellos niños que hicieron el viaje, nada que ver con el, ha nacido mi nieta.
Puedo decir, que comíamos y bebíamos sin cortapisas y nunca nos pasó nada. Hay que ser algo más que bebedor moderado para que ocurran muchas cosas que desgraciadamente suceden.....aún sin probar una gota.