Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

martes, 7 de abril de 2009

Viaje a Santiago II

En La Bañeza paramos a cenar. Yo, me derrumbé. Había estado todo el día conduciendo y en cuanto lo dejé, quedé convertido en una marioneta sin ganas para nada. Ni para cenar. Tanto es así, que ni idea de en que consistió la cena.

Reanudada la marcha, cedí el asiento a mi primo. Ya de noche, llegamos a las proximidades del Guadarrama donde no se veia ni jurar a causa de la niebla y la nieve. Las dos cosas a la vez. Creo que nunca he vuelto a ver en la carretera los dos fenómenos simultáneamente. Un camión nos adelantó. No lo pierdas, pégate a el o no llegamos en toda la noche.

La llegada al túnel para atravesar el puerto, sirvió de alivio a la tensión acumulada por la mala situación atmosférica. A la salida, voilá, ni niebla, ni nieve, ni leches. Entrando a Madrid, mi primo casi se traga una rotonda. Sigue recto. Y el jodido obedeció.

Conocía la zona de Tetuán-Cuatro Caminos, del invierno anterior, y allí nos dirijimos. El sereno, nos facilitó un lugar donde dormir esa noche. A la mañana, el ayuntamiento ya nos había avisado para que retiráramos el coche. Pero no como ahora, que solo tienen cazamultas que primero disparan y luego ¡¡usted se calla!!. Y aquí nos la jugó el puto coche. Teníamos unas tres horas para haber visitado el centro de la ciudad -qué menos que la Puerta del Sol y aledaños-.

Se rompió la correa del ventilador y toda la mañana la pasamos en un taller hasta hallar una correa que diera la longitud necesaria. Cuando lo logramos, ya eran las doce; nos ocurrió como a Cenicienta. Así que a buscar la carretera hacia Aragón, la N-II. Pasado Guadalajara, a la derecha y entre una arboleda, había un restaurante de carretera. Era un poco temprano pero la gana ya la teníamos hecha.

Dos fabadas, cordero asado para él y un par de huevos fritos con jamón y tomate para mí. La apoteosis. Y dos botellas de rioja que también sucumbieron. ¡Ala! pa casa. De La Muela (hoy tan en la picota) a Zaragoza, cuesta abajo, ¡¡a 120!!. Y a las 4 y 10' en la consulta del médico. Mi primo se lamentaba después de no habernos quedado en Madrid. Pero ya no había vuelta de hoja. Creo que, como a mí, nunca se le olvidará el viaje. Sobre todo, por las comilonas que se dió. Nos dimos.

Eso sí, el coche se comportó como un jabato, salvo la incidencia de la puta correa.