Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

martes, 28 de abril de 2009

Germán

En mi anterior post ha salido a colación el nombre de Germán unido a Benicassim. Pero lo que ahora pretendo relatar es la odisea que este hombre vivió en pos mío.

Acabada la guerra, tenía que buscar curro; como cada hijo de vecino que pretendiera llevar una vida normal, dentro de un orden. Así que me puse a ojear el periódico para ver de hallar algo que cubriera mis apetencias y necesidades. Había trabajado en Cataluña, entonces se llamaba así, y Peñíscola. El caso es que llamé por teléfono a un anuncio que había ofreciendo un puesto de cuiner en Benicassim.

Supongo que alguna referencia dí sobre el domicilio de mis tías en Sagunto. A la vista de la poca fortuna tenida, ya que no hallé nada ni aparente ni lo contrario, me subí al pueblo. Alguien vino con medio de locomoción y nos bajamos a ver a los tíos a su pueblo. Y hallándonos allí, me llaman que había venido un señor a buscarme.

Después de hablar por teléfono, pasaron algunos días y decidieron que yo ocupara el puesto de trabajo que ofrecían. Pero las comunicaciones no andaban -o corrían a la hora de cobrar, como ahora- tan abundantes como en estos tiempos multimedia. Y hete aquí al bueno de Germán indagando cual detective londinense mi paradero en Sagunto. Ya dicen que preguntando se va a Roma, cosa que el debió de seguir a rajatabla pues al final dió con el domicilio de mis tías. La gente se preocupa mucho de los demás, sino ¿como me hubiera él encontrado a mí?.

De allí subió a Teruel, a buscarme al pueblo y aquella noche, yo ya dormí en Benicassim. Ay que joderse. Era cuarentón, alegre -salvo cuando mencionaba a su cuñada, a la que no tragaba- y tenía una peluquería de señoras en Madrid que no regentaba pues el tinte le daba alergia. Una casa en Mirasierra, la cual me ofreció a mi llegada a Madrid. No sé que negocios tendrían los hermanos Almeida conjuntamente. Su hermano Enrique, era quien figuraba como dueño pero no debía serlo al 100%.......

La custión es que la Pili (la cuñá) también se me atravesó y al año siguiente, a pesar de haber empezado allí la temporada, recalé en Les Barraques, un restaurat-paellero que abrió un antiguo camarero de Enrique. Este jodido, cuando servía soupe de poissons, siempre acababa comiéndose (bebiéndose) el final de la sopera, en la cocina. Y es que me salía de maravilla, segun aprendí de César en el París zaragozano. Así que vaya este revival en memoria de todos ellos.