Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

viernes, 26 de junio de 2009

Yo, puta (con perdón)



Hubo una vez una mozuela, con la cual tuve amistad, que era pelín casquivana. Fué en la época de mis afecciones culinarias. La noia, era compi de curro, lo cual propiciaba que estuviéramos juntos varias horas; pero no revueltos. Según me enteré, el año anterior habría tenido un affaire con otro mozuelo de mi nazionalidad y a mí, la muy puñetera, me tomó de conejillo de indias. O sea, de pagano de los estropicios del anterior y ya se sabe, no hay oso que se resista a la miel, a pesar de los picotazos.

Era pelirroja, pequeña y muy salada. Y como yo era un pardillo en esas lides, la verdad es que aprendí mucho. Sobre todo, que si una mujer te quiere "joder", lo hace a conciencia aunque acabes lavando a mano. También era muy aplicado, todo hay que decirlo, en esto último. Púsome al día de las cosas más elementales aún no aprendidas ni practicadas. No pasamos de ahí ¡ojo!, no por falta de interés, una vez comenzado el curso.

Y tenía una manía o manera de tomarme el pelo muy peculiar. Estaba empeñada en meterse a puta (con perdón) en los bares de alterne de Sarriá, en su ciudad, Barna. Jugaba conmigo al gato y al ratón, quedando claro quien era, en este caso, el mouse.

Una vez acabada la temporada de trabajo, volvió a su casa en Les Esplugues, donde una vez la visité. Allí, me persuadió de que aquello no tenía futuro y que tal día un año. Y estando en el bar que había al lado de su casa, encontré a un joven en la barra que entabló conversación conmigo. El chaval, llevaba en la cintura un cuchillo cocinero de la ostia. No sé cómo, pero le convencí de tal manera de la peligrosidad e inconveniencia del "pelapatatas", que allí mismo lo partió sobre su rodilla y lo arrojó a la basura. Fiuuuuuuuuuuuuu.

Y tengo una anécdota curiosa, fruto de esta etapa. Había un "chisme" en la barra del bar donde "veranee" que pinchabas y salían regalos. Previo pago, claro. Me empeñé y conseguí llevarme un reloj de pulsera con la pretensión de regalárselo más adelante a la noia. Mi madre que lo vió, lo quiso para ella. ¡¡NO!!. Más tarde, en la pensión de Las Ramblas donde me alojaba, me lo birló un fulano. A lo que me dí cuenta, ambos habían volado. Justo castigo a mi negativa, supongo.

enviado lunes, 25 de septiembre de 2006 16:37 por WARRIORV