Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 6 de julio de 2009

Els Trabucador




La playa es larga, arenosa e interminable. Kilómetros de dunas que parecen no tener fín.

A una parte, la bahía; a la otra el mar abierto. Llegamos hasta las salinas con el coche y a partir de ahí paseamos dejando que las olas, muertas ya en la orilla, nos mojaran los pies. Prescindimos de toda la ropa dejando que el sol dorara nuestra epidermis. La soledad de aquellas playas, hace que los amantes del sol se acerquen hasta ellas lejos de miradas curiosas.

Cuando ya la piel comenzaba a acusar los rayos solares, ardiente por fuera y por dentro, nos metimos al agua. Qué gozada!!. Más fría que en la playa del pueblo, reconfortaba su frescor y el cuerpo lo agradecía. Aquel baño, resultó inolvidable porque aprendimos que, el mar, es un cómplice que presta su apoyo y su velo a quienes desean compartir con el momentos íntimos y sueños largamente deseados.

Y es que ya lo dijo el sabio Arquímedes: "Todo cuerpo sumergido en un líquido pierde de su peso igual al volumen de agua que desaloja". Y flota.

De pronto, Lucas, el perrazo del vecino, que es un bocazas y no cesa de ladrar a todo lo que se menea, acabó bruscamente con aquel delicioso baño. Otro día, le pongo un bozal.