Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 30 de julio de 2009

Tormentas



Existen varios episodios oníricos, unos que se pueden contar y los otros. Los segundos, sin duda serían más interesantes y morbosos para el lector. De los primeros, voy a contar una fijación de mi subconsciente que no sé concretamente a qué es debido, y esta es sobre las tormentas. Rara es la noche que de una u otra forma no están presentes en mis sueños (salvo que esté ocupado en otros menesteres). Y siempre, sin variación, ocurren en el pueblo. Si bien es cierto que he vivido tronadas enormes, ninguna hasta el punto de hallarme a la intemperie; pero eso sí, viviéndolas con temor.

Antes, cuando éramos tercermundistas, los niños, no estábamos ni consentidos ni mimados como hoy en día. Y esto no significaba que nuestros padres no nos quisieran. Así recuerdo que siendo niño, estaban segando mi madre y los abuelos y la tía, que aún no se había casado, en los Villares. Y yo, con ellos, metiendo bulto y dando mal, supongo. Cayó una tronada...............................acojonadicos todos; a cubierto bajo las piedras cercanas (que poco más que impedian que el agua y el granizo cayeran directamente sobre nosotros). Luego, vía adelante, en los chozos que la brigada de conservación del ferrocarril tenía, hasta que conseguimos llegar al pueblo. ¿Será esta?.

Otra vez, habían ido a comer a la Canaleja mi tía la del turrón (y yo con ellas) y las valencianas. Unas primas que venían de veraneo. Se puso de tormenta y camino de vuelta al pueblo, apareció por encima de las Cuestas una nube roja. ¡La fin del mundo!. Nos refugiamos al abrigo de una pared del Cerradillo para que no nos alcanzara el fuego eterno. Más tarde, por los Mojones, iba yo tapado con una manta. Debía hacer mucho aire, vendaval; se hinchó la manta como una vela con tal impulso que me hizo correr hacia los Muruelos y a los mayores detrás de mí hasta darme alcance, (un poco más, y me elevo como una cometa). ¿O esta? --El polvo del mineral, era lo que el vendaval arrastraba desde la mina. Algún tornado.

Viví otras enormes, ya no tan niño. Esperando con mi madre en el chozo del paso de san Ginés para darle la comida a mi padre que iba a pasar con el tren, cayó un rayo a 30 metros de nosotros en un poste; estando segando con mis padres en la Lobera, cayó una que dejó blancos los montes del Villar; otra en la Tarayuela -que iba solo con los mulos- después de horas me vino justo para llegar a casa y comenzó de nuevo.

Y es que antes, llovía, nevaba y tronaba como dios manda; no como ahora que no cae una gota y las fuentes están secas.
enviado sábado, 14 de octubre de 2006 17:53 por WARRIORV