Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

martes, 1 de septiembre de 2009

Complejos

Hoy estoy pasando muy mala tarde. Estoy haciendo exámen de conciencia y no hallo una respuesta satisfactoria que darme a mí mismo, para tranquilidad y sosiego de mi soledad.

Recapacito sobre la mala costumbre de mi lenguaje soez y barriobajero y no hallo justificación que lo avale. Solo sé que si tratara de dar otra imagen, "dulce", educada y amable me sentiría mal pues no sería ese el camino por el cual me mostraría tal cual soy.

Empleo más "tacos" que palabras reconocidas por el diccionario de la RAE. Y me está creando problemas, porque cuando me censuran ese léxico, encima me cabreo. Soltar un "mecagüen la puta" o un "mecagüen el copón" o "¡qué cabrón!", para mí es el pan nuestro de cada día. Pero no solo es eso. Enumerar los órganos sexuales masculinos o femeninos, es otro dilema.

Y me viene a la memoria, a raíz de esto, aquella vez que trabajando en un hotel de Las Ramblas, en la ¿Plaza Real?, las hijas del dueño venían por la cocina -sin duda sabían ya que además de para mear, servía para algo más- y el cocinero les decía "os voy a comer el chocho". Lejos de escandalizarse, siempre volvían a ser comidas. Bien es verdad que, "la agresión", nunca pasó de ser de boquilla y jamás, al menos en la cocina, el hombre les tocó un pelo.

¿Es posible que mi agresividad provenga de un "complejo de inferioridad"?. Hay hechos que podrían confirmar ese temor y que, sin duda, a pesar de la posibilidad de que alguien conocido pudiera leer este post es muy remota, tampoco voy a relatar de forma explícita. Mi abuelo materno, no fué muy benevolente en tanto yo era niño. Siempre me llamaba cagandandos; "a donde va cagandandos". Yo era el culpable de los disgustos de mis padres y de la conducta de mi abuelo, que para mí en esos años no lo fue.

Entre los niños o niñatos, tampoco me recuerdo de forma muy favorable en su relación conmigo. No era el patito feo, pero tampoco lo contrario. (Y eso que era el número uno en clase, o quizá por ello). El muy cabrón de Crispín -Manolo- me llamó en una ocasión "hijo de puta". Quería hacer daño a quien no sabía cual era el significado de esa frase. No ofende quien quiere. Ni lo olvido, ni lo perdono. Como a otros, otras cosas.

Quizá por eso, o a raíz de eso, mi relación con los demás ha sido de distanciamiento. Mantenerles alejados en previsión de que puedan hacer daño. Las vicisitudes posteriores de la vida, no me han ayudado precisamente a confiar en los demás. He basado mi conducta y actuación en mis posibilidades. Me he superado en lo que he podido, pero hoy reconozco que mi soberbia, altanería o ¿complejos? no me han servido para hacerme más feliz sino todo lo contrario. Pero también por su causa, cuando me he sentido atacado, he podido superar los momentos de dificultad, y grandes, que he sufrido.

Hoy, me ha hecho recapacitar una persona a la cual, sin quererlo, quizá haya ofendido por ese mismo lenguaje que ya es muy difícil de reconducir o erradicar. Y es que yo, por escrito, cuando medito lo que tengo que comunicar, no suelto palabrotas. Eso sí, cuando tengo que llamarle a alguien hijo de puta o cabrón, no me corto un pelo. Por dibujado o de boquilla. Y tengo a unos cuantos en nómina, aparte de Crispín.

Lo peor, es que no me he planteado hacer propósito de enmienda.