Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Coquinas




Uno de los divertimentos que gusto de realizar aunque solo sea una vez al año, -este, fueron dos días-, es ir a la playa Els Trabucador a buscar coquinas. Esto ocurre en la playa de mar abierto y dependiendo del día, el mar no está para bromas ni confianzas. Y mucho menos para quienes como yo, nos ahogamos en el casco de las gallinas.

Una francesa nos dejó su rastrillo, hace años, y me aficioné. Desde entonces, no he vuelto a coger más que una ridiculez de almejas. En aquella ocasión, las había en cantidad y tamaño. Ahora, te pegas la paliza de rastrillar la arena y no encuentras.

Comencé por llegar hasta las salinas con el coche. De allí, no se puede ni debe pasar. Comencé a rastrear la orilla con poco éxito. Una pareja hacía lo mismo un poco más allá. Me moví a ambos lados y nada. Alguna y pequeña. Ya cansado, decidí darme un paseo hasta llegar al final de la playa, que no se veía.

Armado con el rastrillo a modo de gayata, chino chano me fuí pallá. De vez en cuando, daba un tiento en la arena en busca de un buen banco de almejas. Ni ostias. Ya cansado de andar y buscar, solo el deseo de llegar al final me impedía retroceder. Quedando aún muchos pasos para llegar a donde da la vuelta la Punta La Banya, una barrera impide continuar y además, está vigilada. Las gaviotas se veían dueñas y señoras de la playa, a sabiendas de que esa era de su exclusiva propiedad.

Pero lo mejor estaba por llegar. Ya cansado, justo antes de llegar donde mi santa se había quedado sentada, literal, pude ver el más maravilloso espectáculo del mundo: una hembra humana se hallaba tomando el sol como su madre la trajo al mundo. Esa imagen perdura en mis retinas pues me cautivó. Tampoco es cosa de que aquí explique lo visto. No se puede contar. Solo se que me gustó mucho, mucho.

Apenas cogí almejas, pero la escursión, mereció la pena.