Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

domingo, 25 de octubre de 2009

Botellón

Confieso que, a pesar de haber visto en la televisión muchas veces el fomoso y dichoso botellón, nunca había presenciado tan de cerca sus secuelas.

Fué el sábado 10 de Octubre cuando salí a dar el paseo por el circuito que habitualmente recorro. Al llegar a la posición del gimnasio al aire libre donde el personal practicamos algún ejercicio, hay un espacio considerable de rotonda con césped. El espectáculo no podía ser más bochornoso y lamentable. Estaba totalmente cubierto de mierda. Vasos, botellas de todo tipo y tamaño, bolsas de plástico, bricks de vino u otras bebidas, etc...

Quienes pasábamos por allí, expresábamos el mismo sentimiento de rechazo y vergüenza ajenas. "Pues en el aparcamiento de la expo junto a Interpeñas hay mucho más", me informó un ciclista que había echado pie a tierra. Pude comprobar que era cierto. La marabunta, -se supone que al ser el primer día que el pabellón abría fueron desbordados los responsables peñistas-, había roto la alambrada que proteje al recinto y lo habían invadido practicando un incontrolado y salvaje botellón.

Del vecino campo de deportes de la DGA hasta el aparcamiento, hay en medio un terreno yermo con un terraplén en desnivel de unos tres metros. Parecía como si por allí hubiera pasado una manada de ñús, de esos de la sabana africana.

Es evidente que, en mis tiempos de juventud, todas las circunstancias eran completamente diferentes. Tampoco en el pueblo se podían producir semejantes algaradas y en la ciudad, bastante teníamos con trabajar más horas que el reloj. En las ferias del Pilar, lo más rebelde que recuerdo fue recorrer el ferial de atracciones cogidos de la mano unos con otros.

No sé que ha conducido a este fenómeno social/juvenil. Es connatural la rebeldía y la transgresión con la juventud. Yo también me recuerdo así. Pero la diferencia entre generaciones, sin ser buena o mala la una respecto de las otras, está tomando derroteros complicados. Nosotros teníamos un freno, el respeto a los mayores, y si se me apura, el miedo.

Hoy, ninguna de las dos cosas parecen ser atenuantes a la hora de poner un poco de sentido común en las mentes, inconscientes, de muchos de nuestros jóvenes. Esperemos que las escarchas futuras, les hagan madurar.