Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Hojas del árbol caído, juguetes del viento son

Esta mañana he salido a dar un paseo dado que en casa estaba el aire enrarecido y necesitaba orearme. Vivo en las afueras y casi puede decirse que tengo el campo a poca distancia.

Soplaba y sopla, un cierzo con rachas a veces fuertes lo cual hace que las hojas de los árboles caigan y emprendan lo que parecen alegres carrerillas por ver cual llega más lejos o más deprisa. El viento las menea y transporta sin importarle donde y mucho menos como y en qué lugar las abandona. Los espacios llanos y sin recovecos, se ven libres de ellas, mas en los sitios en que hace abrigo respecto de la posición donde sopla el aire, se acumulan y arremolinan en montón, las más de las veces, indeseado y molesto.

Y todo esto me ha hecho pensar en las personas. El destino es el viento, a veces galerna a veces huracán, que nos derriba, vuela, menea, traslada, arrastra, y cuando se cansa, nos deja en el basurero. Pero es mucho más cruel que el viento. No solo se lleva o arranca las hojas ya amarillas casi a punto de morir, sino que, cual vendaval que no respeta nada, se lleva por delante o tras de sí, hojas en fase de desarrollo, en alegre juventud o en plena madurez.

También machaca a conciencia vidas y destruye convivencias, tocando con su halo pérfido a quienes no se esperaban ese trato inmisericorde. Es, un tirano déspota y kabrón, incapaz de ejercer la más pequeña y diminuta prueba de bondad hacia quienes por el han sido señalados y estigmatizados para ser portadores de su delirio. Se ven encerrados en un laberinto sin salida y cansados de buscarla, se entregan, ya sin lucha, a su despiadado agresor esperando que, de una vez, acabe ese acoso al que sin saber porqué, se vieron abocados.

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