
Ya es la tercera o cuarta vez que veo la película El Abuelo. La primera, me impactó el argumento del guión. Sin duda, el personaje del viejo conde tiene una fuerza especial en Fernando Fernán Gómez. Solo hay que recordarle en aquel famoso "¡a la mierda!" para hacerse una idea de como actúa en la película cuando abronca a todo quisqui. El contrapunto de Rafael Alonso con la mansedumbre del viejo maestro, hace que los dos se complementen y éste último endulce la aspereza del conde Albrit.
Pero lo que más me gusta, -lo que más me impactó la primera vez, después ya no, porque sé el final-, es la fiereza y el amor con que defiende la nieta mayor al viejo don Rodrigo frente a unos sirvientes -que no nos han explicado como se han hecho con la propiedad de la casa solariega del viejo- que lo tratan con desprecio y malas maneras. Como los pone en su sitio y como los otros reculan ante el temor de que las cosas vayan a peor para ellos.
El shock que recibimos todos -el abuelo y los espectadores- al comprobar la identidad de la verdadera nieta, es para quedarse con la boca abierta. Aunque el amor generado en ella por el abuelo me hace sentir una gran simpatía por la misma, que creo no comparte el viejo cascarrabias. Es posible que su soberbia y dureza de corazón, se vayan poco a poco ablandando gracias al cariño que le profesa la nieta que decide quedarse a vivir con él para cuidarlo.
A mí, la palabra abuelo, me parece inmensamente más hermosa que la otra: yayo. Será porque siempre la he oído y porque ahora se la estoy enseñando a mi nieta. Para que no la olvide. Aunque dice que yo soy "yayo pez". Hay que joderse. Jajajajajajajajaja.
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