Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 4 de enero de 2010

La gata Curra




Al ver la vida de marquesona de alguna gatita melosa, me viene a la memoria la gata Curra que teníamos en casa. Había de buscarse la vida y recibía algún escobazo de mi madre cuando hacía lo que no debía.

Era obligatoria la convivencia con uno o varios gatos que, al estar libres, deambulaban por el vecindario e incluso, a veces, por el pueblo o fuera de el. Antaño, todas las puertas de las casas tenían gatera, para permitir la libre circulación de los mininos.

El almacenamiento en las casas del cereal u otros alimentos apetecibles para los roedores -y no digo ya donde había animales estabulados- hacía imprescindible la presencia de los gatos para mantenerlos a raya. Como tampoco se nadaba en la abundancia, estos eran sustento necesario que habían de buscar los gatos para su dieta. Así, era normal ver al gato en espera y al acecho de algún mouse atrevido y desprevenido. Ello tenía como inconveniente la necesidad de dejar a buen recaudo las viandas pues si quedaban a su alcance, tanto de ratones -es fantástica la habilidad de ratas y ratones para descolgarse por las cuerdas pendientes del techo de las habitacions sustentando algún alimento -embutidos, jamones, etc.- y comérselos o ratonarlos- como de gatos; no desaprovechaban la ocasión. (Una vez, un perro se coló en una casa y llegó a una tinaja de conserva; metió dentro la cabeza y al no poder sacarla, salió a la calle dándose tozolones de un lado a otro de la misma. Imagino la gracia que le haría a la dueña de la conserva el latrocinio).

La Curra, era mi compañera de cama. A veces venía ella. Otras, la llamaba yo. La metía dentro de la cama y me daba calor y su compañía, muy importante. Su ronroneo, era la forma de darme las gracias. Aunque a mi madre, gracia no le hacía ninguna y nos chillaba a los dos cuando nos pillaba. Hasta la noche siguiente.

Como ya apunté en un post, en el corral de libre acceso varias gatas tienen su posada. Una vez, les llevé a mis padres cagarrutas (granulado) para gatos. Y los animales, cuando mi padre hacía sonar la bolsa con las bolas, acudían raudos dando un concierto de miaus -los pequeñines en plan plañidero- como si fuera un imán. ¡¡Cómo les gustan!!. Y qué gracia me hacía verles a todos con el rabo tieso siguiéndole.

enviado domingo, 06 de enero de 2008 19:39 por WARRIORV