Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

domingo, 17 de enero de 2010

Días de nieve



Sopla, sopla el viento norte
esta noche va a nevar
qué hará el jilguerito
el jilguerito qué hará
se meterá en el alero
y allí, se calentará.

En los día de invierno, cuando las nevadas cubrían todo de blanco (qué chorrada, es el color de la nieve), cada cual tenía que buscarse el sustento (decir el cocido, hubiera sido impropio) según su propio saber y entender o sus posibilidades.

Así los gorriones o los nevadores, como nosotros llamábamos a los segundos pues era cuando aparecían por las afueras del pueblo, también habían de hacerlo. Y yo, para no ser menos, también aguzaba mi ingenio o empleaba mis posibilidades para cazarlos a ellos. Era algo superior a mí. No importaba ni la nieve ni el frío, yo intentaba atraparlos.

Así que cogía cepos y me salía a las afueras del pueblo a los pajuceros. Si no se veía la paja, escarbaba hasta hallarla haciendo un hoyo que, libre de nieve, permitiera colocar el cepo asesino con un grano de trigo o una miga de pan como cebo. Los pobres pájaros, acudían a buscar comida y hallaban la muerte.

Pero no era tan fácil atraparlos. Son muy pillos y enseguida se daban cuenta de la trampa. Un vez que la nevada apretaba, pude ver como en la era del tío Angelillo, junto al Arcillero, un cuervo me quitó un pájaro con cepo y todo. Remontó el vuelo hacia La Roza a pesar de mis gritos y mi desesperación.

Pero no siempre mi conducta era cruel. Por contra, una vez en el corral de casa, había sacado la corte del cochino y allí puse un cepo. No tardaron dos gurriatas en quedar atrapadas a la vez en la trampa. Estaban vivas y mi falta de pericia hizo que una se me escapara al abrir el cepo. A la otra, la solté pues no me atreví a matarla.

También en la paridera, donde teníamos ovejas y gallinas, eran huéspedes indeseados los gorriones-gorrones. Más de una vez intenté atraparlos cerrando bruscamente la puerta. En vano. Si alguno quedaba dentro, buscaban el menor resquicio de luz para largarse y dejarme con un palmo de narices. Lo cual me llenaba de santa ira contra ellos pues eran más listos que yo.

Ir de caza al monte con nieve, era una prohibición cuyo quebranto, era una satisfacción infringir. Pero hoy, no toca.

Por cierto que, aunque no cuaja, lleva toda la mañana nevando. En algun lugar no muy lejos, estará cayendo una buena nevada.



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