Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 25 de febrero de 2010

La lluvia


Hoy, el día está encapotado y gris. LLueve. Suavemente, sin estridencias ni aglomeraciones. Aunque en estos tiempos de precariedad en precipitaciones, el agua siempre es bienvenida. La lluvia no es lo mismo contemplada desde la ciudad que desde el campo. Aunque en la ciudad también nos quita el "piejuelo", la gente no siente lo mismo. Molesta y moja. Y si bien las calles se limpian -solo cuando es abundante-, en general causa más molestias e incordios que beneficios aparentes. La circulación se complica con la lluvia. Y los coches salpican a los peatones y a su vez se ponen perdidos del barrillo de las calles. Y no veas si además hay obras y pasan camiones con tierra como en la avenida de Ranillas.

En cambio, en el campo, el agua bien caída, es una bendición. Siempre. Aunque lamentablemente con el cambio climático, se prodiga cada vez menos. En mi juventud, el día de lluvia llevaba aparejada la permanencia en casa y una relajación. Estando bajo cubierto, en el corral o la paridera, escuchando el ruido de las gotas sobre el tejado y viendo caer el agua y las canaleras a tierra. Iban creando un hoyo y un círculo en el suelo sobre el punto donde caían. Y los gorriones, remojados, buscando refugio bajo las barderas. La vida se detenía a contemplar su caída.

En mi memoria han quedado grabadas las ramblas que bajaban pletóricas de agua por las Dehesillas y el Prado. Y aquel domingo que habiendo ido con mi padre a labrar, tuvimos que volver a casa porque comenzó a llover. Y estando en el café de la tía Carmen, aquello era diluviar. Seguido, sin parar. Cayendo a chorro las canaleras. Entonces aún no se habían secado las fuentes. Por los caños del Batán y del Pradejón manaba el agua a rambla. Y Cuevanegra, al no dar de sí el cauce subterráneo, salía a río.
enviado miércoles, 21 de febrero de 2007 17:44 por WARRIORV