Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 6 de marzo de 2010

Cómicos


Aunque no con la frecuencia o la calidad de los teatros establecidos en las ciudades, por los pueblos perdidos y alejados de las rutas convencionales también, esporádicamente, caía de vez en cuando ganándose la vida, una troupe de comediantes para amenizar por unos días a las gentes que habitaban estos lugares dejados de la mano de dios y de los hombres.
Ya comenté que mi señor padre consiguió su violín a través de una permuta de bienes con unos comediantes que recalaron por el pueblo. Éramos gentes de buen conformar. En mi recuerdo quedan varias visitas de estas "compañías". La primera, en la posada y al aire libre (supongo haría buen tiempo). De su contenido, no me acuerdo; sí de otra que en el porche de Armando, a la cual no fuí, pero ví y escuché de lejos. Cantaban lo de "lagarteranas somos, venimos todas de Lagartera.....", el vestuario adecuado a la canción. Otra, también en la posada, en la cual una mujer bailando, con el revuelo de la falda enseñaba las piernas e Isaac se ponía como un torito bravo.

Sin embargo, hubo otra siendo ya adolescente, que aparte de "enamorarme" de una niña que cantaba el "ni se compra ni se vende" de una forma encantadora, era una verdadera compañía de teatro. Huella imborrable nos dejó el Don Juan Tenorio que interpretaron con gran maestría y saber hacer. ¡Cómo disfrutamos!. El "jefe", era sin duda un gran actor. "Paso, paso a la ciencia médica", decía entrando a grandes zancadas al escenario. ¿Sería "el médico a palos" o "un enfermo imaginario"?.

Santa Genoveva de Brabante, la Virgen de Fátima y otra muy divertida cuyo nombre quedó en el olvido, fueron obras representadas.

Hasta el cura del momento llegó a organizar una función de la que me quedó "muy buenos días, amigo, parece que se madruga" y un hormiguillo tremendo del sueño que me embargaba.

Mención aparte merece el cine ambulante que en alguna ocasión nos visitó. Montaban el escenario, en el caso anterior, o la cabina, en el patio de la tía Carmen, donde se hacía el baile los días de fiesta. Aquello era un gran acontecimiento. Con que devoción y silencio el personal contemplaba la función. Y en el descanso, invariablemente, a sortear una botella de Veterano o similar para generar recursos.

Quizá nunca se haya valorado justamente la labor de estos trabajadores, unos y otros; pero hacían una propagación de la cultura y entretenimiento dignas del mayor elogio. Desde aquí, mi reconocimiento por los buenos momentos que nos hicieron pasar.



enviado viernes, 28 de diciembre de 2007 20:09 por WARRIORV