Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Cuando éramos piratas

Tiburón y tonto del culo. Adivina.....



La vida de bucanero es fascinante. No hay leyes que cumplir o si las hay, no se cumplen. Tan solo tienes que obedecer, y ya es mucho, las normas del código pirata y las que ordena el capitán, so pena de acabar en las fauces de los tiburones. No hay que creer todo lo que se ve en las pelis de piratas. Parece que la anarquía reina en los navíos pero nada más lejos de la realidad. Todo está muy controlado por los "oficiales" del barco. Solo hay manga ancha en los abordajes y asaltos a otras naves pero siempre con una regla no escrita que puede hacer peligrar tu cuello sino la sigues a rajatabla: el botín es común y se entrega toda la mercancía ganada al "enemigo". Las borracheras y pendencias que se nos achacan a los piratas, se pueden realizar cuando estamos amarrados a puerto, pero nunca abordo. Esas lifaras, donde hasta el loro del capitán se emborracha, son una calumnia en contra nuestra. La poca valía de un pellejo humano, como es cualquier persona en nuestro ámbito, hace de autodefensa para proteger el propio.

Nos confabulamos con otros muchos miles de piratas como corsarios para atacar y robar las naves del genovés. Partimos de berbería hacia los mares del mundo con rumbo desconocido, sin derrota prefijada, quien sabe si en busca de nuestra propia derrota….. Ni que decir tiene que cualquier gaviota que tuviera la suerte de cruzarse en nuestro itinerario, podría verse perjudicada y aligerada de cuantas mercancías u objetos de valor formaran su cargamento, sin desdeñar a los posibles candidatos a ser hechos esclavos o galeotes y cautivos prisioneros susceptibles de pagar un rescate. A la vez, nosotros, debíamos evitar a toda costa los bajeles enemigos que pudieran apresarnos, en el mejor de los casos, o mandarnos a pique sin miramientos.

Al principio, obrábamos con total libertad. Atacábamos los puertos indefensos obteniendo buen botín sin esfuerzo ni pérdidas. No mirábamos demasiado la calidad de lo pirateado y que, a veces, había que desechar por inútil; nos sentíamos ufanos con haberlo logrado. Pensando en la ira de los despojados nos alborozamos en mayor cuantía. Cuando lográbamos abordar y prender cautivo a uno de los grandes, la satisfacción era doblemente celebrada y compartida. De hecho, nos servía de nodriza para explorar la galaxia y salir de kaza, con mono, cruzando torrentes o cabalgando una mula.

Poco a poco se fueron coaligando el gran turco y los tiburones de todo pelaje y plumaje en contra nuestra. A pesar de la resistencia numantina ejercida en unión de otros intrépidos argonautas, fueron tendiendo tupidas redes de extorsión, espionaje y asalto. A la cabeza de aquellas hordas tramposas y mafiosas se hallaban los grandes capos manejando los hilos y el producto del latrocinio ejercido sobre los que habían pasado de ser corsarios aficionados a parvulillos inocentes.

Desde diversos puertos fuera del alcance de esos filibusteros se intentaba con mayor o menor éxito ganarles alguna batalla ya que la guerra estaba bastante cruda. Estos chacales sin escrúpulos habían conseguido, de los corsarios, un impuesto a todas luces injusto: ya que tienes un barco, eres un pirata en potencia por lo que, lo uses para tu propio beneficio y placer o para asaltar puertos desamparados, lo pagas sí o sí. Es más, ya te lo cobraban al comprar el barco, los remos, velas, maromas……….todo cuanto pudieras usar con o en el bajel, incluido el derecho de enganche al embarcadero. La patente de corso, pero al revés. Primero la venden y luego la roban.