Como tantas veces había hecho de niño, repetía los mismos gestos buscándola en vano. Seguía esclavo de un sentimiento que a lo largo de los años no había logrado erradicar.
En el interior de la casa, había una foto de aquella niña que llevaba grabada a fuego en su alma. Una noche, se armó de valor y con una vieja escalera de madera, forzó una ventana de la vivienda. Logrado su objetivo, uno de los carcomidos palos falló y cayó al vacío. A la mañana, descubrieron su cadáver abrazado al retrato y con el rostro iluminado por una sonrisa.
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