Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Jornada de reflexión

Tal y como pronosticaba ”el hombre del tiempo”, hoy ha salido el día lluvioso y plomizo. El Montsiá ha desaparecido y en toda la mañana, como otros días, se ha escuchado el ruidoso zumbido del motor del helicóptero que, presuntamente, apoya y suministra a la plataforma petrolera situada a unas millas de la costa frente a la Punta la Banya, y que es perfectamente visible desde tierra. A este aparato, lo he seguido intrigado con los prismáticos y sin duda dirige su vuelo a ella. El sonido tronante de su motor, hace que no pase desapercibido. Al parecer, según he visto estos días, a la perforadora le está surgiendo compañía pues da la impresión de que están construyendo otra al lado. Esa es la percepción óptica desde tierra, pero no tiene que ser tan próxima como aparenta.

Hace tiempo leí que tenían problemas entre sí los ayuntamientos sobre los cuales se asienta. No había unanimidad sobre el uso -o abuso- al cual pensaban dedicar el yacimiento, y como aparte de limítrofes está a caballo de dos comunidades diferentes……. En principio no tienen la esperanza de hallar grandes bolsas de petróleo o de gas, aunque si desean que sirva para bombear gas en su interior y utilizarlo como almacén subterráneo.
Como mi casa tiene una claraboya en el tejado, no necesito asomarme a la calle para enterarme de si llueve o no. Lo grisáceo del día, hace presumir que así sea; el repiqueteo de las gotas sobre la misma, ratifica y evidencia la lluvia. Es una gozada todo ello pues hace sentir ese sentimiento de bienestar y placer ante el confort de un tejado y una estancia agradable, seca y calentita. El jardín lo agradecerá pues creo que a las plantas les ocurre como a los borrachos: nunca se sacian. Y como en este año las lluvias se prodigan tan poco ¡déjala caer!.

Otra consecuencia añadida ha sido la de mantenerme recluido todo el santo día en casa. ¿Dónde puñetas voy a ir si no ha parado de estar churri churri en ningún momento? Pensaba haber dado un garbeo por el rastro ya que hoy era día de mercado. Les ha hecho la pascua a los vendedores que han visto su mercancía sin tocar y a los compradores que, aparte de darnos un paseo, hemos perdido la oportunidad de adquirir alguna “ganga”. Bien es verdad que el mayor porcentaje de puestos se compone de tenderetes de ropa, “oiga a un euro” vocean hasta desgañitarse, y ocurre como en las rebajas: siempre adquieres algún género que puñetera la falta que te hace y que en otras circunstancias no aceptarías ni regalado. Confieso que alguna prenda he comprado, y además llevado muy a gusto, no todo es “a un euro”.
 Los morenos también se habrán visto afectados. Siempre extendiendo sus grandes pañuelos con los discos y bolsos y ojo avizor a los municipales para salir por piernas llegado el caso. No tengo noticia de como rige este tema en el interior a pesar de que en mi ciudad hay dos días por semana rastro, que es como nosotros le llamamos, pero aquí, en los pueblos de la costa, lo hay al menos una vez por semana y cada día en un pueblo distinto pues son vendedores ambulantes y no poseen el don de la ubicuidad.

Me traje dos libros para leer, El Asedio y El Camino. El primero, va a resultar más prolongado el tiempo de lectura que el propio asedio a la capital gaditana. Y es que siempre tengo algo más importante o interesante que hacer. En lo que de el llevo leído, El Maestro de Esgrima ha tenido que documentarse a base, pues una fantasía como ese libro, no sale de una chistera con tantos nombres de personajes, -presumo que entre los importantes, gran parte reales-, pueblos, batallas etc.

De Miguel Delibes, solo puedo decir de él que me aficioné a su lectura a través de los artículos que sobre la caza escribía en un suplemento dominical. La patirroja, era su pasión cinegética. Luego ya comencé a comprar alguno de sus libros, El Hereje, por ejemplo. De este libro, El Camino, a pesar de, según él, estar escrito como hablaba, necesito tener un diccionario a mano pues se me escapa la comprensión de algunas palabras. Jamás osaría la herejía de la comparación, pero si me doy cuenta de una cosa: yo sí que escribo como hablo, con el inconveniente de que mi vocabulario es infinitamente más pobre. Por eso compro sus libros, para aprender.

Al caer la noche, parece despeja algo el cielo. Ha dejado de llover aunque hay nubes amenazantes. Se ha movido un viento casi fuerte que rola de sur a noreste. Será para que se oree la tierra. Y para que el gallo de mi veleta  gire incansable y altanero señalando de donde sopla el enemigo invisible.