Cuán difícil resulta resumir o concentrar 30 años en 30 líneas. Presumo que los convocantes desean recibir relatos bellos, impecables literariamente hablando, llenos de poesía, amenos y divertidos… ¿reales? La verdad es que me resulta difícil hallar en esos 30 años algo de mi historia que pudiera contener alguna de esas premisas ¡Y mira que me han sucedido cosas! Sin saberlo, hasta es muy posible que presenciara el nacimiento de la Librería Central ya que por aquel tiempo yo asistía a clases en el Liceo Goya y con posterioridad al Instituto Corona de Aragón. También hace treinta años, se creó e ingresé en ella, la empresa donde ha discurrido el resto de mi vida laboral. Pero con más de ¿700.000? habitantes en la ciudad ¿quién demonios se va a preocupar de la vida, milagros y problemas del vecino? En eso hemos perdido mucho. Han crecido parejos con nosotros el aislamiento y la autodefensa. Nos sentimos agredidos o en peligro frente a los demás, porque las dificultades nos asedian, cuando no hunden, en la desesperación y la miseria. Y si no es así, por prevención, actuamos a la defensiva. En aquellos años, comenzamos a vivir una democracia para la cual nuestros políticos, o mejor aún, quienes tenían intención de hacer de ella su modus vivendi, estaban mucho peor preparados para desarrollarla que el pueblo para recibirla y disfrutarla. Así hemos visto como quienes negaron a Aragón el pan y la sal, llevan viviendo a su costa, desde entonces. Empezaron siendo Naifs y hoy se tragan, de una u otra forma, nuestros impuestos. ¿Y la Ciudad? Realmente ha cambiado mucho, pero lo nuestro nos está costando. Aquellos vetustos tranvías, a los que hoy podríamos llamar “románticos”, que cruzaban la población en varias direcciones, -más de una vez tuve que correr a cogerlo en Escuelas Pías so pena de hacer la vuelta a pie hasta los descampados de la tapia del siquiátrico en las Delicias-, y que hoy vuelven, modernizados, a correr por nuestras calles. Surgió, de entre los terrenos de labranza en la Margen Izquierda, un barrio que era, es, una ciudad en sí mismo. Con una salchicha que nos arrebató un chorizo. Barrios nuevos que siguen expandiéndose en un más que sospechoso “bien común”. ¿Y la Expo? Pasó como con la burbuja inmobiliaria: nos alegró un tiempo, pero sus secuelas durarán años. Esos supuestos referentes arquitectónicos de Zaragoza que solo son elementos inútiles en la fisonomía ciudadana ¡Cuánto daría de sí, ahora, ese dinero! A nivel personal no obstante, algo muy positivo ha ocurrido: soy abuelo, que no es poco.