Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

domingo, 15 de abril de 2012

La grifa y el grifo

-Con nuestro mecánico de confianza no pude contactar y la casa comenzaba a naufragar; por eso llamé a uno de esos que se anuncian en internet.

Rosenda Mochales relataba de esta manera a su amiga Catalina Perales la terrible incidencia que había sucedido en su hacienda estando ella sola solita; sin su marido, criados y mucama. (Hay que decir que los criados, consistían en un matrimonio que una vez a la semana, durante dos horas, ponían algo de orden en la casa) Vivían en una quinta de la avenida Presidente Prudencio Novales, con su jardincito, no muy bien cuidado por cierto, en las afueras de la ciudad de Perlitas de río Perdido. La otrora floreciente población, famosa por sus ya extintos yacimientos auríferos, malvivía de aquella pasada pujanza derivada en rancia y decimonónica. De apariencias más que nada.

Aún había una pléyade de románticos buscadores que armados de los clásicos utensilios, bateas, pico y pala, burros o mulos, escalaban las erosionadas montañas y soñaban dar con el extinto filón que les aupara al cénit social y la supremacía económica. El tropezar de vez en cuando con una mísera pepita o recoger un poco de polvo tras lavar miles de toneladas de tierra, les daba alas y se engañaban a sí mismos: un día de estos tendré suerte y dejaré esta indigencia para convertirme en un potentado al que todos reverencien y respeten con su panamá en la mano para saludarme. Engaño cotidiano que les permitía arrastrar su mísera existencia plena de indigencia, trabajo y hambre.

-Venga rápido, que me ahogo. Fue el grito de socorro angustiado y súplica nerviosa emitido a través del celular por la dueña de aquella casa a la deriva.

Y tan rápido, vivía a la vuelta de la esquina. Edelmiro Romerales era un tránsfuga de las explotaciones auríferas. Hacía tiempo que comprendió donde estaba el futuro, su futuro: cambiando de estilo de vida, de trabajo, buscando nuevas expectativas que le permitieran una existencia menos traumática. No podía seguir al albur de si hoy el patrón, inexistente, me llamará. ¿Comeré hoy? ¿Y mañana? En la oficina gubernamental del desempleo, había planificado un cursillo de fontanería para mineros reciclados. No lo pensó dos veces y se apuntó, aunque fuera a un bombardeo, no lo dudaría. Al fin y al cabo, seguiría estando en contacto con el agua ya que en la mina siempre trabajó en el lavadero de tierras. Tras una breve entrevista con una señorita muy amable en la cual hubo de dar cuenta de cuales habían sido sus experiencias laborales, como si el pico y la pala necesitaran de muchas teorías para su aplicación, quedaron le notificarían su aceptación o no. Perdió toda esperanza. Así solían quitarse de en medio a la gente cuando no eran capaces de decirles cara a cara que no los iban a emplear.

-Arrégleme todo esto que me va a dar algo. Dijo mostrándole el cuarto de máquinas y los bajos al fontanero.

Rosenda Mochales, antaño empleada de una lavandería a la que Minervo Pellejero llevaba la ropa todas las semanas a lavar y planchar, supo también leer muy claro, sin necesidad de tarots y otras supercherías, donde estaba su futuro: en compañía de aquél joven larguirucho y desfargallado que trabajaba en las oficinas de la sociedad minera. Había venido de la capital, contratado de forma eventual cuando la corporación minera comenzó a hacer aguas por todas partes. Era ingeniero de minas, sin experiencia, pero con grandes esperanzas. La falta de mantenimiento en la explotación aurífera, la había llevado a un callejón sin salida. Tomó las riendas y poco a poco removieron millones de toneladas de tierra para intentar recupera la veta o vetas que hicieran rentable el negocio. De momento, la agonía seguía siendo la tónica diaria en las galerías y desmontes. Él, llevaba diez años en aquel agujero, ocho casado con la lavandera y sin esperanzas de salir del pozo. Solo la suerte podría mejorar la cotización de ambos, mina e ingeniero.

-Señora, le haré limpieza general de bajos; habré de meterle la sirga a  tope pues los desagües no tragan. La falta de mantenimiento es manifiesta.
A pesar de su descreimiento, a Edelmiro lo llamaron para el cursillo a los quince días. Le enviaron una notificación para que se personara en las oficinas del desempleo el lunes de la semana siguiente a las ocho de la mañana. ¡Qué ilusión! Por fin podría aprender algo que pudiera servirle para hacer trabajos ocasionales por su cuenta. Aprendió las herramientas y materiales empleados en el oficio, las roscas y sus diámetros, a soldar con el soplete y la candileja, en fin que fue como una esponja y absorbió todo y más de lo enseñado.

-Podría reparar también la salida de aires que la tengo atorada. Salen muy malos olores.
La señorita Mochales, una vez puesto el ojo en la diana del “ingenierillo” de la capital, puso todos sus encantos y buenas maneras para que éste, sin darse cuenta, poco a poco fuera enredándose en la madeja de sus hechizos. Se esmeraba en la limpieza y el planchado de la ropa, sonrisas de oreja a oreja; armas de mujer en suma puestas al servicio de un fin supremo: hacer creer al minero que la chica estaba hasta los huesos por él, gracias a su poder de seducción y encantos naturales.
-Como usted desee.
Trabajando tumbado boca arriba bajo el fregadero, la doña pudo apreciar la excelente calidad y cantidad de las herramientas del fontanero. Que menos se le podía exigir a un profesional que tener a punto y en orden de uso su instrumental laboral. La vida en común había sido lo suficiente amplia como conocer todos los secretos de su marido. Ahora, mentalmente, hacía una comparación entre la llave grifa que se adivinaba y el rotulador de su marido. No había color, se decía doña Rosenda y la cabeza comenzó a llenársele de cosas raras y extraños calores por todo el cuerpo. El verano que ya se acerca, se mintió.
-Por favor señora, ¿sería tan amable de abrir el grifo poco a poco?
Edelmiro era muy servicial y zalamero; perro viejo curtido en muchas guerras diarias libradas para asegurar el sustento y la libertad. Espalda curtida a veces a golpes de “sí señor” cuando no a golpes a secas. Los amos eran eso, los amos; dueños de todo como los antiguos señores feudales, derecho de pernada incluido. Si alguien osaba alzar la voz y no se humillaba ante ellos, estaba condenado a una muerte social, teniendo segura, a poco que insistiera, la muerte física.
-Sí, sí, voy, cuando usted me diga. (Uy, poco a poco, te lo abriría de golpe a ver si te ponías como una sopa y despertabas). ¿Está bien así?
Se había colocado prácticamente encima de Edelmiro y este solo tenía que elevar la vista para ver los desagües de la fregadera. Intuyendo que pudiera haber una fuga si la presión continuaba, le pidió a la señora que cerrara el grifo y se apartara pues aquello ya se había terminado. Una retirada a tiempo es una victoria pensó, no vayamos a enredarla.
-Vale gracias, puede cerrar el grifo. (Y las piernas, pensó azorado, tras ver a capela el horizonte).
Como buen profesional, y más que nada por quedar bien, preguntó si había alguna cosa más que pudiera arreglarle. Los desagües y fuga de gases quedaron limpios como una patena.
-¿Puedo hacer algo más por usted señora?
Había mucho por hacer. Se notaba que faltaba un mantenimiento en toda la instalación. Óxido, cal, incluso alguna telaraña tras la conchita jabonera.
-¿Podría limpiar esas junturas que tengo en la caldera?
Esta mujer ¿en qué matará su tiempo? Que descuidada está la casa. Y al marido, más le valiera tener estas galerías limpias y ocuparse menos de la mina. El día menos pensado le dará una sorpresa. Internamente, Edelmiro elucubraba divagaciones parecidas.
-Ya que está usted aquí, si no le importa ¿podría hacerme algún arreglo en el jardín?
Esta casa es una ruina. El jardín no era menos; descuidado, con la hierba crecida en demasía en unos lados, con calvas en otros y malas hierbas por doquier. Necesitaba algo más que un arreglo de circunstancias. Un buen riego manual de manguera generosa o como alternativa, un riego automático programado con aspersores plantados estratégicamente.
-Pero en este momento no es posible instalarlo. Habría de hacerle un presupuesto para su aprobación previa.
 Edelmiro se tomó muy en serio el cursillo. Como les dieron unas nociones sobre el manejo de Internet, enseguida creo una web a través de la cual contactaban clientes varios, precisados de necesidades varias que como buen profesional daba cumplida cuenta. Nunca quedaba clienta alguna descontenta. Como eran problemas domésticos, la mayoría de demandas las hacían amas de casa, algún hombre incluido. En los tiempos muertos, a través de la RED, mantenía contactos muy, pero que muy vivos. Un lince el bueno del fontanero manejando el soplete o la candileja. “Señora, calmo sus sofocos o temblores” era su lema; ahora se estaba especializando en la instalación, también, de aire acondicionado y bomba de calor.
-Discúlpeme si abuso de su bondad y conocimientos, ¿qué tal si incluye en el presupuesto una buena mano de pintura para la verja y las ventanas?
 Dejó a la señora Rosenda muy satisfecha. Además, como había posibilidad de negocio posterior, para no perderlo, no le cobró salida por rápido servicio como era habitual. Cuate, aquí hay tomate, se felicitó intimamente. (Verá esta doña como me manejo con la brocha, jajajajajaja)
-Sí me vuelve a necesitar, ya sabe donde estoy.
Ya pondría él de su parte cuanto fuera posible para hacerse imprescindible. La mejor propaganda era el boca a boca. El resto, se daría por añadidura.
-Sabes Catalina, te recomiendo a este fontanero si necesitas una buena limpieza en las cañerías. A mi me dejó, ¡ay hija!, como nuevos los desagües.