Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

sábado, 23 de junio de 2012

Les fogueres de sant Joan

Aquesta tarda, Joan se encontraba sumido en un mar de confusiones al tiempo que el mare nostrum salaba su piel. Conforme la tarde iba dejando paso a las sombras, su cerebro se enmarañaba debido a la cerveza y algún que otro porro. Sentado en la arena, dejaba que las olas lo llevaran de un lado a otro como si de un viejo tronco varado se tratara.
Poco a poco, la playa se fue poblando de gente que armada de neveras y troncos de leña, se aprestaban a pasar la noche en la misma. Bueno, pensó, así me calentaré si tengo frío. Una colla grande de personas de variada edad, establecieron su acampada cerca de su posición hasta el punto de que, sin pertenecer a ella, quedó integrado en la misma como si lo fuera. Ya entrada la noche, prendieron fuego a las diversas maderas que portaban y la playa, en general, se fue llenando de puntos luminosos de mayor o menor intensidad que marcaban perfectamente su contorno e iluminaban las pequeñas olas que la suave brisa hacía lamer la arena.
Las danzas alrededor de las llamas generaban poco a poco un clima de excitación vaporosa debido al calor y el alcohol. De vez en cuando, las parejas o los individuos se adentraban en el mar a refrescarse y tomar impulsos para empezar de nuevo o continuar con aquel aquelarre. A la luz de las ascuas que parecían generar sombras chinescas, Joan creyó ver a la Estrella Polar caída de la Osa Menor.  Hostia que pedo llevo, pensó. Se tumbó en la arena y al momento, alguien cuyo rostro no divisaba con claridad, se sentó a su lado. Hola, ¿como estás?. Dió un respingo, no esperaba "visitas". ¿Me reconoces? le preguntó; soy yo, que he venido a pasar contigo esta noche mágica. Solo hay una condición: si me tocas, desaparezco. Sí, como siempre, le contestó. Te he buscado a lo largo de mi vida, en mis sueños, y cuando creía poder verte o tenerte al alcance de mi mano, solo encontré vacío e indiferencia. ¿Ves toda esa agua? Si la pruebas comprobarás que es dulce; mis lágrimas han diluido la sal. Quiso extender la mano para acariciarla, pero siguió hallando el vacio. Entonces su embotada mente comenzó a divagar de nuevo. Las parejas de forma más o menos discreta, se hacían el amor y no quería ser menos.
Camino a ninguna parte, al momento alucinaba con una bruja que saltando las pavesas se arrodilló a su lado. Esta, sin mediar palabra, se abrazó a él y de forma desenfrenada parecía querer fundirse en un solo ser. ¿Sería otra aparición o real? Por si acaso, participaria en el evento aunque al final se encontrara con las manos llenas de arena. Comieron y bebieron hasta la extenuación, hasta quedarse llenos; quizá a la mañana solo permanezcan una tremenda resaca etílica y amorosa, pero ya será otro día y la magia de esta noche es posible no se vuelva a repetir.
El orto solar le sorprendió con un embotamiento de los sentidos tal que le impidió ver el lugar donde se encontraba. Abrazado a lo que en un principio confundió con un tronco de árbol vetusto que no era tal y con su mano apretando lo que creyó una rama del mismo. Con un sabor de boca indescifrable, pero que a pesar de su modorra intuyó saber que era, aunque no como había llegado allí. No era la playa donde anoche "durmió" sino unos pequeños acantilados, suficientes para que la profundidad del mar advirtiera de un cierto peligro. Sin reparar en ello, se lanzó al agua sin reflexionar. Cuando esta le llegaba al cuello, tuvo tiempo de acordarse de que no sabía nadar.