La seguridad en nuestros
pueblos no es que sea deficiente, es nula, inexistente. Hemos pasado del agobio
y el oprobio de la presencia policial en forma de guardia civil durante los
años del franquismo, a la práctica desaparición de las patrullas en la
actualidad. Los ladrones, así hay que llamar a quienes asaltan las casas
particulares con nocturnidad y alevosía, campan a sus anchas; la despoblación
hace el resto. Los rumanos, ¡qué peste! Arramblan con todo lo que pillan a su
paso. Envían comandos de información que señalan los objetivos, sumiendo a los
moradores de las casas en el miedo y la desesperación ante la incertidumbre y
la desprotección. Aunque habría que distinguir entre el tipo de robos que
practican unos y otros ladrones. Aquellos que asaltan parideras robando cientos
de corderos u ovejas, aperos de labranza y otros útiles, han nacido aquí;
siempre ha habido clases de hijoputas y estos son los peores, sin minusvalorar
a los otros. Ahora, con la costumbre de poner protección de chapa a las
puertas, ya saben cuales son las casas deshabitadas con el consiguiente peligro
para las habitadas que en teoría deberían tener algo más sustancioso para
afanar. En todo caso, como la policía en general solo está, como siempre, para
proteger a los poderosos y a los políticos, pues los pobres y trabajadores
¡¡qué se jodan!!