Josep acaba de comer y
decide tomarse, un día es un día, un carajillo de anís Castellana para endulzar
el amargor del café descafeinado. Si fuera normal, él no, el café, agotaría la
reserva de Valium. De cafetera exprés, aunque a él le gusta más ese otro tipo
de cafetera en la cual echas el agua y esta, caliente, cae sobre el café
haciéndolo más suave y aguado. En ambos casos resulta un engorro hacerlo para
una sola persona, pues tampoco es cuestión de atiborrarse de líquido que
posteriormente puede pasar factura. El primer contratiempo surge al ir a buscar
el anís. Grossen putaden, no hi ha. Bueno que sea un poco de brandy,
aunque..... mejor un chorrito de ron Matuzalem, que sabe dios quien lo habrá
traído (puede haber sido él, pero ya chochea).
Decide, como todos los días,
tumbarse un rato en el sillón de columpio a sestear. Cuando el tiempo lo
permite, sale a tomar el sol como los lagartos, pero hoy el viento Mistral
azota el exterior de la casa tumbando cuanto halla a su paso inseguro y
desguarnecido. El tendedor con la colada matinal, -en el “rastro” ha comprado
dos jerséis- ha ido por tierra, obligando a sujetarlo a la reja con un cordel.
Espera no tener que ir a buscarlo a las Columbretes.
¡Qué bien se está aquí! Se
repantinga y estira sobre el sillón apoyando los pies sobre el que utiliza en
el exterior, guardado en el interior para protegerlo de la lluvia. Intenta
hilvanar un pequeño sueño pero no hay modo. El gos del veí no fa res
excepte escorça sense raó. He comido como un pepe, nunca mejor dicho. Tampoco
ha sido tanto, normalito, solo que si lo comparas con lo que otras personas,
que puede que no tengan un bocado que llevarse al estómago… puedo considerarme
afortunado, cavila. Su cabeza no para de ir de flor en flor como un abejorro
impertinente y molesto, impidiendo cualquier atisbo de descanso del disco duro.
Para ayudar, algún que otro ronquido extemporáneo le devuelve al estado de
vigilia inconexa.
Últimamente le crecen los
enanos. Como en una yenka maldita, su mente salta de un lugar a otro y lo mismo
se ve monologando con nadie que con el lucero del alba. Situaciones
inconfesables lo sofocan. El subconsciente va por libre. Parece que su
temperatura ha ido en aumento y decide echar mano al termómetro. Aprecia cierta
calentura, lo cual lo desazona aún más. Será culpa de la maldita in/digestión, musita
pretendiendo engañarse. Prende por los pelos otro sueño hilarante en el cual se
halla ante una desconocida a la cual intenta hablar sin ningún resultado. No le
hace ni puñetero caso. Otro ronquido y despierta sobresaltado. Decide no
intentarlo más y navegar entre brumas. Prende la llama y se halla ante otro
espejismo. Acariciando su pelo, en silencio le pregunta si quiere casarse con
él. Hace falta ser canelo, ¿acaso crees que puede leerte el pensamiento? Cuando
está a punto de responder, el maldito móvil suena dejándolo con la miel en los
labios. Se cisca en todos sus muertos y más al comprobar que era un
televendedor que le ofrecía cambiar de operador telefónico. Sin ningún rubor,
lo envía a la mierda y decide dar por concluida una siesta que ha resultado de
todo menos placentera y le ha dejado un regusto amargo, ¿por el café? ¿o era un
tío? Bueno, nadie es perfecto.
De todo esto tienen la culpa
los langostinos, masculla entre dientes. Pues no haberlos comido, gilipollas;
para ellos seguro no fue un placer cuando los echaron a la olla. Y los
pelotazos de vino blanco y tinto de verano ¿no tienen nada que ver? le recuerda
su Pepito Grillo particular. ¡Ay señor! Si alguno te ha de joder, de la familia
ha de ser, refunfuña. Y se dá media vuelta.