Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

lunes, 29 de octubre de 2012

SEXTEANDO

Josep acaba de comer y decide tomarse, un día es un día, un carajillo de anís Castellana para endulzar el amargor del café descafeinado. Si fuera normal, él no, el café, agotaría la reserva de Valium. De cafetera exprés, aunque a él le gusta más ese otro tipo de cafetera en la cual echas el agua y esta, caliente, cae sobre el café haciéndolo más suave y aguado. En ambos casos resulta un engorro hacerlo para una sola persona, pues tampoco es cuestión de atiborrarse de líquido que posteriormente puede pasar factura. El primer contratiempo surge al ir a buscar el anís. Grossen putaden, no hi ha. Bueno que sea un poco de brandy, aunque..... mejor un chorrito de ron Matuzalem, que sabe dios quien lo habrá traído (puede haber sido él, pero ya chochea).
 
Decide, como todos los días, tumbarse un rato en el sillón de columpio a sestear. Cuando el tiempo lo permite, sale a tomar el sol como los lagartos, pero hoy el viento Mistral azota el exterior de la casa tumbando cuanto halla a su paso inseguro y desguarnecido. El tendedor con la colada matinal, -en el “rastro” ha comprado dos jerséis- ha ido por tierra, obligando a sujetarlo a la reja con un cordel. Espera no tener que ir a buscarlo a las Columbretes.

¡Qué bien se está aquí! Se repantinga y estira sobre el sillón apoyando los pies sobre el que utiliza en el exterior, guardado en el interior para protegerlo de la lluvia. Intenta hilvanar un pequeño sueño pero no hay modo. El gos del veí no fa res excepte escorça sense raó. He comido como un pepe, nunca mejor dicho. Tampoco ha sido tanto, normalito, solo que si lo comparas con lo que otras personas, que puede que no tengan un bocado que llevarse al estómago… puedo considerarme afortunado, cavila. Su cabeza no para de ir de flor en flor como un abejorro impertinente y molesto, impidiendo cualquier atisbo de descanso del disco duro. Para ayudar, algún que otro ronquido extemporáneo le devuelve al estado de vigilia inconexa.

Últimamente le crecen los enanos. Como en una yenka maldita, su mente salta de un lugar a otro y lo mismo se ve monologando con nadie que con el lucero del alba. Situaciones inconfesables lo sofocan. El subconsciente va por libre. Parece que su temperatura ha ido en aumento y decide echar mano al termómetro. Aprecia cierta calentura, lo cual lo desazona aún más. Será culpa de la maldita in/digestión, musita pretendiendo engañarse. Prende por los pelos otro sueño hilarante en el cual se halla ante una desconocida a la cual intenta hablar sin ningún resultado. No le hace ni puñetero caso. Otro ronquido y despierta sobresaltado. Decide no intentarlo más y navegar entre brumas. Prende la llama y se halla ante otro espejismo. Acariciando su pelo, en silencio le pregunta si quiere casarse con él. Hace falta ser canelo, ¿acaso crees que puede leerte el pensamiento? Cuando está a punto de responder, el maldito móvil suena dejándolo con la miel en los labios. Se cisca en todos sus muertos y más al comprobar que era un televendedor que le ofrecía cambiar de operador telefónico. Sin ningún rubor, lo envía a la mierda y decide dar por concluida una siesta que ha resultado de todo menos placentera y le ha dejado un regusto amargo, ¿por el café? ¿o era un tío? Bueno, nadie es perfecto.
 
De todo esto tienen la culpa los langostinos, masculla entre dientes. Pues no haberlos comido, gilipollas; para ellos seguro no fue un placer cuando los echaron a la olla. Y los pelotazos de vino blanco y tinto de verano ¿no tienen nada que ver? le recuerda su Pepito Grillo particular. ¡Ay señor! Si alguno te ha de joder, de la familia ha de ser, refunfuña. Y se dá media vuelta.