Ni entiendo ni participo de esa afición e interés que los ¿entomólogos? tienen por estudiar, clasificar y sobre todo conservar a algunas clases, razas o tipos -qué más da como los denominen- de insectos. Primero, para respetarles a ellos como bichos raros, habrían de decirme los beneficios que reportan a la humanidad, o sea yo, muchas clases, razas o tipos de bichos raros, especialmente cuando se convierten en moscas o avispas cojoneras. Y no digamos mosquitos, que haberlos haylos a millones y que ahora, en verano, nos invaden, literalmente, haciendo estragos entre la población costera y del valle del Ebro. En verano, en el jardín, se te comen por todas partes. Mira que se está bien en la terraza, pero es imposible estar. Crees que por llevar alguna prenda encima, te vas a librar de sus picotazos ¡riau!; enseguida, bajo el jersey, la camisa o los pantalones, descubres un rosetón enorme, que te proporciona una desazón insoportable y que seguramente te va a alegrar las próximas noches. No hablemos de la mosca negra, verdadera asesina de piernas y brazos descubiertos, que hace estragos y manda al personal a urgencias a causa de la hinchazón y los moratones que acojonan al sufridor de su visita. El cambio climático, está beneficiando la aparición y reproducción de estos y otros especímenes, malignos, molestos y urticantes. Hasta la mosca propagadora de la malaria, se teme que en nada, pueble nuestras riberas. Por eso y otras muchas cosas más, a una mosca que se ha atrevido a invadir mi cocina, tras una haberle dado una oportunidad de abandonarla, la he asesinado con saña, alevosía y sin misericordia. Y lo mejor de todo: sin remordimientos. Y ahora me voy, que he de echar el arroz para comer.