No sabría decir con rotundidad
quienes me causan más alergia, si las avispas o los seguratas. Por razones
evidentes, a las primeras las mato, si puedo, sin ningún remordimiento, incluso
con placer; por los segundos… no derramaría una lágrima. Y es que cada cual cuenta
la feria según le va. Ciñéndome a los segundos pues de las otras ya opiné,
siempre los he considerado parásitos, caparras adheridas a los huevos de otros
que trabajan y sudan por ellos. Sin contar que siempre están al servicio de sus
amos, lo cual es normal, pero no siempre esos amos son trigo limpio. Sé que
generalizando se puede ser injusto, cosa que me trae sin cuidado tratándose de
individuos que siempre son sicarios al servicio de, nunca personas para ayudar
a. Se comportan de forma agresiva y con chulería, como el cherif del puticlú;
algunos, muchos, aprovechan su situación
y circunstancia para sacar fuera la mala bestia que llevan dentro, amparados la
mayoría de las veces en la fuerza y la impunidad. Algo que últimamente estamos
viendo con demasiada frecuencia entre ellos y sus primos hermanos, los
antitodoloquesemenea. En cierta ocasión, en la feria de muestras, mis hijas y
mi mujer atendieron un stand ajeno. El último día, de otros stands les
regalaron unas piezas artesanas de barro que habían confeccionado. Como era
lógico, había que salir por la puerta y tras la hora de cierre. El hijoputa del
segurata, a pesar de decirle que éramos gente que salía de trabajar, nos
impedía salir con los objetos regalados. Harto ya de discutir con él, y de
cagarme en su puta madre, arrojé de mala hostia la cerámica contra el suelo con la
sana intención de que no se beneficiara de ella tras marchar nosotros. Peores
consecuencias pudo tener otro episodio que me tocó vivir en el trabajo. Fueron
pésimas las consecuencias, dos meses de suspensión de empleo y sueldo a un tris
del despido. ¿Razón? El afán de protagonismo que tienen estos perros holgazanes
y parásitos. José Antonio Sarto Carrasco. Jamás se me olvidará ni tu jeta ni tu noimbre, CABRÓN. ¿Qué porqué la
sanción? Por llevarme un coche bajo el brazo. Por nada, no robé nada, cumplí
con exceso mi trabajo; eran vacaciones con la fábrica cerrada, había trabajado demasiado y tras enseñarle el bolso en la garita de salida, me marché haciendo oidos sordos a su requerimientos. Aquél parásito desbordó mi paciensia; pero el muy cabrón en su desmedido interés por
descollar, tambien cumplió el suyo con exceso. Aquella
política antiobrera, auspiciada por el jefe de seguridad, otro trepa, le
reportó a la empresa media jornada de huelga -no había sido yo el único
represaliado-, al mentado jefe de seguridad el puesto y a mí, tras el juicio en
Magistratura, diez días de sanción para no dejar en mal lugar a la empresa, -que
no cumplí-, pues mis jefes sabían lo
injusto que había sido el trato. Sin embargo, los robos, se cometían por los jefes que sacaban en sus coches diversos materiales y a éstos, nunca los controlaban.
Como nunca me he cortado un pelo,
escribí al presidente de la multinacional quejándome del trato recibido. No se
me comió ni hizo nada, bueno o malo, aunque se informó. Él sin embargo, años
más tarde, acabó despedido de la organización por chorizo. Pero eso sí, se iría
forrao. Por el antes mencionado segurata/apagafuegos y por el cabrón del
jesuita, sería capaz de emborracharme con cava si me entero que un día han
acabado con las tripas fuera (yo no seré, de no ser un cobardica, años haría
que se las habría sacado a ambos dos). Por supuesto, el cava de Aragón, que lo
hay y muy bueno.