En esta
ciudad, han ocurrido muchas cosas que los desertores del arado desconocemos. Ha
sido visitando el Hospital Real Nuestra Señora de Gracia cuando he apreciado lo
ignorado, que no oculto. Lo sostienen las que imagino columnas primitivas,
labradas en piedra, magníficas. Durante el asedio napoleónico a la ciudad, este
Hospital fue lugar donde los ejércitos hallaron reparo a sus dolencias y en el
se combatió a la bayoneta siendo uno de los más brutales del cerco. Según
grabados de la época, quedó el edificio muy maltrecho pero estas columnas, si
pudieran hablar, nos contarían hechos y acciones desesperadas por parte de los
defensores que los ignorantes del presente desconocemos.
En el silencio
de las horas de obligada vigilia hospitalaria, el dolor se torna respeto al
lado de esos soberbios apoyos; pegando la oreja, te transporta a aquella
vorágine de fuego y sangre donde los combatientes, a la desesperada, trataban
de repeler el asalto de las tropas napoleónicas en medio de los escombros del
hospital casi derruido. El retumbar de los bombazos procedentes de la Puerta
del Carmen y El Portillo llegan nítidos a esas columnas. En tanto esos
baluartes pétreos resistan en pie, dando cobijo a las personas que allí sufren
y a quienes les curan, no se rendirán los defensores mientras una de ellas se
yerga orgullosa. Heroísmo compartido por aquella Comunidad de monjas y frailes de santa Ana. La Madre
Rafols, para mí solo había sido un nombre de calle de la ciudad de Zaragoza.
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