Aunque sabía que nunca sería
estrella que iluminara su portal o su aroma el de su hogar, volvía al pueblo
con el ánimo de revivir su recuerdo. Impotente, bajo una copiosa nevada que no
cesaba de caer, vagó sin rumbo ni entender nada; escribió su nombre con traza
efímera en la nieve y tratando de serenar su recuerdo, apartó con un dedo las
cálidas lágrimas que sin cesar brotaban de sus ojos, mezcladas con los copos de
nieve que, suavemente, enfriaban su mejilla mientras ardía su ánimo.