Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 30 de mayo de 2013

Robado a una ninfa


Le aburría bastante ir a aquellos tediosos congresos, pero debía acudir a ellos dos o tres veces al año. Raquel era propietaria de una empresa de servicios informáticos y no podía perderse ninguna de las nuevas aplicaciones que salieran al mercado.

Preparó con cuidado lo que debería llevar, no sin antes consultar el tiempo que haría en Burgos esos días: Frío, como era de esperar en febrero, pero soleado. Burgos... nunca había estado allí... aprovecharía para conocer la ciudad. Se rió al pensar en el último congreso al que acudió en tierras más cálidas y en cómo terminó... “Tomás, un conversador maravilloso pero un desastre en la cama, jajajaja”.

Llegó a Burgos y se instaló cómodamente en el hotel. La primera conferencia sería al día siguiente después de comer, así que tendría tiempo por la mañana de hacer un recorrido turístico. Aunque no era tarde, ahora estaba demasiado cansada. Se dio un baño y pidió que le subieran la cena a la habitación. Al acabar de cenar encendió el portátil y consultó su correo, hizo un par de llamadas y escribió en el buscador: “turismo Burgos”. Le gustó la ruta del Cid por la ciudad. El personaje del Cid le apasionaba desde niña... caballerosidad, valentía, honor, inteligencia, heroísmo, nobleza... seguía admirando esas cualidades en un hombre, incluso la ruda aspereza del guerrero ejercía sobre ella una fascinación indecible.

Se acostó riéndose de sí misma: “Raquel, tienes 35 años y vas a dormir sola por haberte enfrascado en leyendas de caballeros medievales que no van a venir a acostarse contigo. No tienes remedio.”

El sol la despertó temprano. Una ducha casi fría acabó por despertarla del todo. Rápidamente se vistió, tomó el desayuno en la cafetería y echó a andar disfrutando del aire gélido de la cuidad.

Miró su reflejo al pasar por un escaparate. Apenas se había maquillado pero la impresión fue buena. El vaquero ajustado le quedaba bien, se adaptaba a sus bonitas caderas y aquella cazadora corta realzaba sus largas piernas. Llevaba zapatos sin tacón y, con el pelo recogido en una coleta alta, tenía un aire juvenil y desenfadado que le gustaba. Se sabía una mujer atractiva y continuó caminando segura de sí misma.

La explanada del castillo a las 9 de la mañana estaba prácticamente desierta. La vista de la ciudad era maravillosa y buscó su cámara de fotos. Fotografió todos los ángulos y perspectivas y, tan absorta estaba, que se sobresaltó cuando una sensual voz masculina dijo detrás de ella:

- Estás contemplando la cuna de Castilla y una de las catedrales góticas más hermosas del mundo. ¿de dónde eres?

Se giró y quedó atrapada en aquellos ojos que la miraban profundamente.

- Estoy de paso en viaje de negocios, ¿tú eres burgalés?.
- Sí, y tengo la mañana libre... ¿te gustaría tener un guía? – preguntó con una sonrisa traviesa y prometedora.

Por la cabeza de Raquel circularon a toda velocidad imágenes de caballeros y damas medievales, de batallas y reconquistas... El hombre era interesante... guapo y bien educado... parecía culto... podría ser una bonita aventura, ¿quién sabe?...

- Sí, estaría encantada. –Contestó sonriendo también.

La mañana pasó rápidamente en compañía de Rodrigo que la tenía cautivada con su entusiasmo. ¿Sería igual de apasionado en todo? Raquel planeaba no acudir al Congreso y pasar con él la tarde para adivinarlo. Estaba a punto de proponerle una comida íntima y una siesta más íntima aún cuando él, mirando su reloj, dijo:

- Siento tener que dejarte ahora, tengo un almuerzo de trabajo y estaré ocupado hasta las diez. (Y continuó haciendo un guiño) Llámame después si te apetece que siga mostrándote alguna otra maravilla.
- Te llamaré, puedes estar seguro. -Afirmó mientras apuntaba su número de teléfono.

Apenas tuvo tiempo de comer, arreglarse y cambiarse de ropa. El salón de reuniones del hotel ya estaba lleno cuando llegó. Encontró un sitio cerca de la puerta y se acomodó deseando que aquello terminase cuanto antes. La perspectiva de pasar una noche en magnífica compañía le impedía concentrarse en los ponentes que ya saludaban y se disponían a empezar la presentación. El corazón le dio un vuelco cuando reconoció la profunda voz de Rodrigo en uno de ellos, y uno más al levantar la vista sorprendida y encontrarse con los ojos de él clavados en los suyos. Disimuladamente escribió en su móvil: “Cicerone o señor del castillo? historiador o guerrero? presa o depredador?” y le envió el sms entre divertida y expectante.
Le vio sacar el teléfono y, con falsa seriedad, teclear algo que recibió al momento: “turista o princesa? chiquilla o mujer? vestida o desnuda?”

¡Cómo le gustaba ese hombre!

A las diez en punto de la noche Raquel fue la primera del salón en levantarse. Rodrigo ya venía hacia ella. Las miradas eran tan intensas que delataban lo que ambos habían estado reprimiendo durante toda la tarde.

- Te invito a cenar y me arriesgo a que escojas el sitio. –Dijo él
- Mi habitación. –Contestó Raquel con rotundidad.

El abrazo de Rodrigo era como lo había imaginado... fuerte, exigente, seductor... Ella se desmoronaba ante el Campeador que, frente al espejo, besó sus labios y los mordió con delicadeza. Lenta y apasionadamente él pasó la tibia boca por su cuello, su nuca, su rostro... Raquel sentía como crecía su excitación y cómo en la pelvis de Rodrigo, una potente espada se disponía para la batalla. Correspondió con ardor a sus besos y se apretó contra él. En ese momento, consciente de la respuesta que había provocado, la delicadeza del caballero dejó paso al instinto animal del macho excitado. A tirones le sacó el vestido por la cabeza y con los dientes intentó despedazar el sujetador mientras la empujaba hacia la cama. Sus manos retiraron la única prenda que le quedaba sobre el cuerpo y durante un instante contuvo la respiración al contemplar a la hermosa mujer de la que iba a disfrutar. La miró a los ojos una vez más y leyó en ellos que estaba incendiada por el mismo brutal deseo que él sentía. Raquel abrió sus muslos provocándole, le alentaba a tocarla, a besarla, a lamerla, a morderla... y él aceptó la invitación con la respiración agitada. Pasó su mano por la humedad de ella y metió los dedos en su abrasador refugio arrancando de su garganta un gemido que parecía nacerle en las propias entrañas.

Se quitó la camisa revelando un musculoso pecho y siguió desnudándose orgulloso ante ella. Allí estaba el hombre que era ahora su amante, de pie, devorándola con una mirada que encendía todas sus hogueras. Fijó los ojos en su entrepierna y vio que era realmente un semental. Sus caderas se movieron espontánea e instintivamente enviando al varón un inconfundible mensaje de urgencia. Rodrigo se sumergió en el río de placer que se le ofrecía saboreando con avidez hasta la última gota mientras Raquel vibraba y elevaba su cuerpo jadeante empapándolo todo con su ardiente necesidad. Cada golpe de placer era más intenso y empezaba a ahogarse en el gozo que sentía. Él mordía, succionaba, lamía y presionaba como un maestro mientras sus manos recorrían la piel sudorosa de ella, que arqueó su cuerpo, tensó sus piernas y se derrumbó sobre la cama con un grito salvaje de placer consumado. En su interior miles de músculos se contraían, a la vez que sus pechos se endurecían como el acero. Rodrigo sintió que aquella visión era la más espléndida del mundo y orgulloso de su trabajo, acomodó su cuerpo junto al de ella abrazándola, sabiendo que no era el momento de decir ni hacer nada más.

Pero el guerrero aún tenía su espada en alto y la sentía furiosa por combatir. Nada le excitaba tanto como lograr el placer absoluto de una mujer y pronto comenzó a acariciar el cuerpo satisfecho que descansaba a su lado. Con sus manos...con su lengua... con sus dientes... Raquel no tardó en sentir en carne viva un fuego que creía ya aplacado. Fue en cuestión de segundos que estuvo dispuesta para batallar de nuevo. Entonces Rodrigo la tomó y la sentó sobre sus caderas. Sentir aquella piel húmeda atrapándolo y resbalando sobre él le hacía jadear sofocado en cada embestida. Mientras la penetraba, la besaba salvajemente, lamía con fiebre la piel salada de sus pechos y sentía el placer de ella como suyo propio. El olor a sexo de sus cuerpos sudorosos le resultaba irresistible y elevaba su pasión hasta límites infinitos. Raquel, en trance, seguía la espiral de lujuria que nacía en Rodrigo y cabalgaba locamente sobre él matándole y muriendo al mismo tiempo. Una ardiente sensación en su sexo le decía que pronto volvería a tocar el cielo. El hombre que estaba dentro de su ser era una apasionada fiera dominada por un instinto animal y primitivo. Su pelvis iba y venía alcanzando cada vez rincones más profundos y estremecedores. Se dejó caer sobre él para recibir con intensidad el último golpe de sus caderas y así, los dos ferozmente unidos, sintieron como sus sexos descargaban su incontrolable furia al unísono en el clímax del placer.

“Creo que no podré moverme de aquí nunca si no me ayudas” dijo Raquel sonriendo dichosa y extenuada, y Rodrigó la besó dulcemente: “No me extraña... no has cenado”.

Aguilé vetado

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