EL VALLE DEL ARCO IRIS
Le habían contado
que quien lograba llegar al nacimiento del arco iris, -¿a cuál de ellos?
pensaba Juanito-, encontraría un tesoro deslumbrante y podría encaramarse a lo
alto del mismo para contemplar maravillosas vistas. Todo precioso y lleno de
colorines, donde los pájaros no cesaban de trinar cantos y filigranas, había
millones de flores de todos los colores –en realidad el arco iris estaba
formado por esos millones de flores- y
fuentes cristalinas llenas de elfos juguetones y aguas saltarinas. El zagal
vivía con sus padres en el campo; en todo el valle “florecían” –en una imagen
muy bucólica- pequeñas casitas dedicadas a la labranza y al cuidado de las plácidas
vacas que producían una leche muy apreciada por los habitantes de los burgos de
población cercanos. Los pastos, eran inmejorables, siempre frescos.
Así pues, tras
largas meditaciones sobre el asunto, aquella tarde decidió que iba a emprender
ese viaje fantástico. Había llovido y el día permanecía gris, nublado, pero a
intervalos las nubes descorrían sus velos y dejaban pasar los rayos del sol dando
oportunidad al arco iris, no muy lejano, de lucir en todo su esplendor. Del
fondo de un valle próximo parecía emerger y, según a él le pareció, no distaría
más de una legua. ¡Allá voy! se dijo. Llegado al lugar, pronto pudo darse
cuenta de que cuanto más caminaba, -tenía la impresión de que aprovechaba su andar
por los valles para alejarse sin ser visto-, más se alejaban los colorines del
arco iris. Antes lo veía a los pies de una montaña, pero cuando llegó a la
cima, se hallaba mucho más lejos, parecía huirle. Eso no le arredró; de forma
inconsciente traspasó valles y montañas en una persecución que de antemano
tenía perdida aunque él lo ignorara. La última vez que pudo verlo, la distancia
era inalcanzable y, casi, casi, percibió a través de las lejanas lágrimas de
una lluvia fina y terminal, una mueca, una burla hiriente dirigida a él. Cuando
al atardecer las montañas y las nubes empezaron a ocultar el sol, descubrió que
se hallaba acechando una quimera. El arco iris, había desaparecido
definitivamente y aquello le desanimó. No lo alcanzaré nunca. Dándose la vuelta
pudo estimar cuán lejos había llegado, había andado demasiado, de espaldas a su
casa. Al poco, un cielo encapotado comenzó a vestirse de negras nubes que
presagiaban tormenta. Comenzó a sentir miedo y frío. Con las primeras gotas, y
casi a oscuras, halló una oquedad entre las rocas en la que intentó buscar refugió
de la lluvia que por momentos arreciaba con furia renovada, ayudada por un
fuerte vendaval. Del interior salieron unos amenazantes gruñidos que le
pusieron la carne de gallina y los pelos de punta. Puestos los pies en
polvorosa y empapado por el fuerte aguacero, al fin halló un roble milenario
que le dio cobijo en un pequeño agujero de su ya vetusto tronco.
-¿Qué haces
por aquí tú solo y a estas horas? Le preguntó el viejo roble.
Si ya estaba
acobardado el zagal, aquellas palabras le sirvieron para sumirle en un estado
casi cataléptico; le pinchan con una aguja y no le encuentran una gota de
sangre.
-Quería
encontrar el nacimiento del arco iris, pero ha huido sin poder llegar a él. Y
ahora estoy perdido, hambriento y muerto de miedo y frío.
-No temas
Juanito que no voy a hacerte daño. Aquí estarás protegido hasta que de nuevo
salga el sol ya que los animales dañinos me temen y no osan acercarse.
Poco a poco,
gracias a las palabras del roble protector, la calma volvió a su espíritu. Ya
casi comenzaba a amodorrarse, a punto de caer en brazos de Morfeo, cuando a la
luz de los relámpagos pudo observar una manada de lobos que sin duda presentían
su presencia en el lugar. El roble, tal y como le había prometido, a impulsos
del fuerte vendaval sacudía sus ramas sobre los lomos de la jauría que
acobardada y dolorida abandonó el lugar con el rabo entre las piernas. Un rato
después, unas figuras que danzaban bajo la lluvia ocuparon el claro del robledal antes visitado por los
lobos. Se encogió todo lo que pudo procurando pasar inadvertido. Pero no lo
consiguió, la luz de los relámpagos iluminaba por completo el hueco del viejo
tronco. Una de aquellos seres percibió su presencia, como si de antemano conociera
su estancia en el mismo, y dirigiéndose hacia él lo tomó de la mano. Experimentó pánico, pero éste
solo fue momentáneo. Al contacto de las manos del bailarín, el miedo
desapareció. Acompañando al exterior a la figura, con el resplandor de los
rayos pudo darse cuenta de dos cosas: que quién le había tomado de la mano era
una criatura extraña, como nunca había visto, ataviada con telas de llamativos
colorines y que le transmitía confianza y la otra que, la lluvia, a él, no lo
mojaba, resbalaba de su piel y de su ropa; incluso la notaba seca. Algo extraordinario,
sin duda.
Siempre cogido
de la mano, y dejándose guiar, acompañó en su danza a aquellos ¿duendes? y
fueron remontándose en el cielo. De pronto advirtió que sus pies se posaban
sobre un suelo de colorines y de que todo cuanto desde allí se divisaba era
diáfano, colorido y extraordinario. Dominado por una luz radiante, sin una nube
en el horizonte.
¡Es verdad!
exclamó asombrado. Se volvió para dar las gracias a su escolta, pero ¡habían
desaparecido! Con miedo a moverse, quedó paralizado. ¿Qué hago ahora? ¿Por qué
me han abandonado? Recapacitó y ¡estoy en todo lo alto del arco iris! Es cierto
cuánto me habían contado del mismo: pájaros trinando en medio de arbustos
floridos, arroyos cantarines en los cuales se bañaban unos seres diminutos y
muy juguetones, millones de fragantes flores multicolores, mariposas que lo
saludaban al pasar….Inició el suave descenso del mismo sin saber cuál sería el
final de todo aquello y al instante, notó que el suelo se hundía y caía al vacío.
¡Cotocroc!. El tozolón recibido al caer de la cama, le devolvió a la realidad.
Ya lucía el sol y la lluvia había desaparecido, comprobó acercándose a la
ventana. ¡Anda! pero si anoche la dejé cerrada. En el alféizar, encontró restos
de musgo.....y sus zapatos estaban ¡teñidos de colorines!
-Bueno me he
quedado sin tesoro, pero ha sido un sueño fantástico. Y volvió a la cama
arrebujándose en las sábanas con la esperanza de reanudar su hermoso paseo.