Te encuentras, obviando los
chanchullos que el constructor o promotor en connivencia con el notario y el
banco o caja, con una instalación eléctrica que aunque calculada para los
chismes que en teoría vas a enchufar a la red eléctrica está sobredimensionada
en la tarifa a contratar. Más si es una segunda residencia que aún contando con
todos los electrodomésticos, nunca estarán enchufados al mismo tiempo; en
caso de necesidad, será necesario discriminar los prioritarios para cubrir las
necesidades básicas. Y no digamos hoy en día donde a los consumidores nos han
tomado desde todos los ámbitos como a vacas lecheras a las cuales ordeñar sin
descanso ni pudor; las compañías eléctricas, -junto con la telecos- desde que liberalizaron el sector,
son pioneras en la esquilmación de nuestros escuálidos bolsillos al haber
acudido todos los capitales especuladores mundiales como si no tuviéramos
bastante con los buitres y tiburones patrios.
Decides que una tarifa inferior
será suficiente y más teniendo en cuenta que la tarifa a contratar es la que
tienes en la casa oficial y no tienes problemas. Una vez la instalación ha
quedado inaugurada husmeando el cuadro observas que con un poco de maña podrías
volver a colocar el limitador retirado. Pero…. Ahora
con el nuevo contador, si el espía electrónico, te fastidian –bueno, siempre has estado jodido-, podrían
detectar remotamente que puntualmente tu consumo es superior al contratado. A
deshacer lo hecho. Y es entonces cuando comienzan las brujas, los problemas.
Inexplicablemente, cae el térmico, el limitador, algún interruptor. Estos hijos
de la gran Bretaña, remotamente me están haciendo la pascua. “Eso no es
posible, los interruptores del cuadro, dentro de casa, están fuera de su
control” Entonces ¿cuál es el problema? ¿Qué lo causa?
Te vuelves loco pues los “saltos”
ocurren esporádicamente al margen de los chismes conectados en ese momento. En
la botiga del electricista intentas comprar un térmico para cambiarlo. La mujer
del chispas, supongo, hace que desista en el intento: “Se va a gastar un dinero
sin necesidad, algo debe tener mal”
¿Pero qué es? ¿Cómo lo averiguo?
Llega la noche, momento que aprovecha el ladrón para dejarme a oscuras. Ya
estoy preparado y llevo una linterna. De los escarmenta2 salen los espabila2.
Sé o intuyo cual es el interruptor al que está enchufado el aparato traidor (ya
había permutado con otro la posición y era ese circuito el que daba problemas).
El limitador no “engancha” lo cual indica que la fuga perdura. Como es el
electrodoméstico que menos pesa, extraigo de su hueco al lavaplatos y
desenchufo la toma de corriente. Coño, el limitador no salta. Lo enchufo en una
toma diferente y ¡¡plas!! Por dos veces el limitador cae. ¡¡Eureka lo
encontré!!. Es el maldito lavaplatos, que desde el otoño me estaba volviendo
tarumba. De lo cual extraigo dos conclusiones: positivo, mi ego se esponja pues he logrado descubrir y
anular al ladrón; negativo, como supongo que no tendrá reparación, habré de
comprar otro lavaplatos nuevo a pesar de que no lo uso. Pero en fin, satisfecho de
haber sido yo quien dio con la avería. (Aunque a punto estuve de hacer algo gordo pues con el tester de manera incorrecta por lo visto, intenté medir amperios y soltó un petardazo de aupa. Saltó el ICP y todo quedó en un susto).
Quien roba a un ladrón, tiene
cien años de perdón.
(Ahora vas y lo cascas).
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