Así fue como tuve conciencia de las que serían mis
primeras circunstancias, pero nunca tuvieron el valor suficiente para mostrarse tal cual
eran, sin trampa ni cartón. Puestas entre sí de acuerdo, se turnaban para no
dejarme ni a sol ni a sombra. Yo, incapaz de darme cuenta del engaño al que era
sometido, las trataba como si fueran una sola. Las muy ladinas, se contaban lo
sucedido entre nosotros y así nunca pude pillarlas en un renuncio o error que
me hubiera puesto sobre aviso del engaño. Supongo que quienes me rodeaban
también eran ajenos a esta tramoya burlesca montada pues de lo contrario me
hubieran o hubiesen avisado ¿o no? La simple sospecha crea en mi todavía mayor
zozobra.
Cándido de mí, las creí tan fieles como mi sombra, siempre
pegada a mí aún en la oscuridad. A veces me ponía a pensar si no sería un espía
que escrutaría todos mis actos y movimientos para después contárselos a alguien
desconocido. Por eso, normalmente, cuando planeaba o hacía alguna trapacería o
acto más o menos inconfesable, solía hacerlo en la oscuridad o al menos en
algún lugar donde ella no pudiera penetrar, ni tuviera acceso aunque fuera de
imprevisto o por manos ajenas. Parecía tan cándida y angelical que en muchas
ocasiones pude contemplar como, proyectada largamente sobre la tierra, un halo
seráfico y luminoso alrededor suyo la acompañaba cual aura de santidad. Por eso
nunca admití de buen grado y lo rechacé incluso con enfado y grandes
aspavientos, el reproche infundado de alguien que me quería ofender: "qué
mala sombra tienes". Nada de eso. Era impoluta, diáfana y también formaba
parte de mis circunstancias pues me acompañaba desde siempre; al menos desde
que tuve noción de que me seguía a todas
partes. Poseía una antigüedad contrastada y nunca se enfadaba aunque alguien la
pisoteara.
Pero su ambivalencia, ponía la venda a mis ojos. Así, cuando
hube de volar en avión a tierras lejanas, una de ellas adujo miedo insuperable
y se quedó en tierra en tanto otra saltaba de gozo al ver que yo tenía el culo
preto y un nudo en el garganchón por ese mismo motivo. Me obligaba a
comportarme de forma estrambótica. En los vuelos me tiranizaba, rechazaba la
comida y la bebida que repartían las azafatas aunque yo estuviera o estuviese
muerto de hambre y con más gazuza que Carpanta. "Es por no engordar"
decía la muy ladina, aunque bien sabe dios que lo hacía para joderme, pues ella
gozaba al verme de esa guisa. ¿No comes? me preguntaban los compañeros de
vuelo. Es que no tengo gana; había de mentir asquerosamente. Luego los días de
"permiso" durante las visitas, la que había descansado tomaba el
relevo con más ímpetu si cabe para hacerme la vida imposible recordándome sin
descanso que en breve debería retornar al avión.
Harto ya de ellas, de ella por desconocer que eran más de
una, decidí cortar por lo sano y desembarazarme de su presencia y compañía.
Craso error el mío. Me tenían tan colonizado que hicieron de mí un pelele; algo
parecido al toro que el mal matador deja a medio camino entre la vida y la
muerte y sus ayudantes lo trastean a los lados con el fin de que el estoque por
su cuenta haga lo que el "maestro" fue incapaz de rematar. Celosas
cual leonas recién paridas cuidando de sus cachorros, ahuyentaban a otras
circunstancias que de buena o mala fe decidían acercarse a mí. Así un día que
¡nada menos que tres! circunstancias a la vez, se arrimaron a mí con la sana y
curiosa intención de solicitar información de un secreto que yo poseía y que ellas
se morían de deseo sobre él por no pecar de ignorancia, nada más comenzar a
desvelarlo en parte, el susto insuperable por la conciencia que sin más
acababan de iniciar, las hizo huir despavoridas. Obviaron lo mejor de la clase;
la ignorancia es muy atrevida, pero todavía sigo convencido de que fue una
treta con malas artes de mis circunstancias para que yo siguiera manteniendo
ignorado el enigma.
¡Cuántas revelaciones se me muestran ahora sin disimulo! Sin
pretender acusar de todos mis males e infortunios a mis circunstancias, tengo
para mí que he sido una víctima propicia para ellas, el vehículo utilizado para
ejercer todas sus maldades. Porque se mueven como diablillos en la oscuridad
imperceptible del humano para joderlo a fondo las más de las veces. ¡Con la de ocasiones
que yo hubiera hecho lo contrario de lo que las malditas circunstancias me
obligaban a hacer! Quizá algún ser, humano o no, haya conseguido doblegarlas y
hacer de su capa un sayo, tirar por el camino de en medio y darles sopa con
honda; pero estos son los menos. Todos hemos conocido a individuos que,
haciendo lo contrario de lo que sus circunstancias personales le obligaban a
realizar, estas se han vengado con creces del desafuero cometido,
ninguneándolas. El precio pagado, a posteriori, resultó demasiado oneroso para
el infeliz transgresor.
Si hago un repaso pormenorizado de las veces que, ante la
disyuntiva de no hacerles caso y urdir lo que me salía en ese momento del bolo
o de lo que bajo su tiranía me vi obligado a realizar, colijo que mis
circunstancias fueron creadas para hacerme la puñeta y amargarme la vida. En mi archivo personal no
hallo ningún hada madrina dispuesta a darme alguna alegría, circunstancia esta
que podría equilibrar la balanza entre las buenas y las malas circunstancias.
Me ocurre como a la vieja beata que todos los días asistía a misa y tras salir
de la ceremonia depositaba una judía en un saquillo; al final del año quiso hacer
recuento de las judías, asistencias, acumuladas. Solo halló seis. En mi caso me
daría por satisfecho y feliz simplemente si en mi saquillo hubiera o hubiese
habido ¡UNA! circunstancia favorable. No sé si en el debe o en el haber, pues
eso de la contabilidad no es lo mío, con una benévola me hubiera conformado.
He pasado largo tiempo urdiendo la manera de poder librarme
de tan tiránica compañía. ¿Hacer un largo viaje de improviso sin comunicar a
nadie mi marcha? Imposible; me leen el pensamiento y un día que lo intenté,
estaban toooodas mis circunstancias
esperándome con las maletas hechas por lo cual desistí dejándolas con un
palmo de narices, por agudicas. Cambié de táctica. En vez de maniobrar en
secreto, lo hice con diurnidad y alevosía e invitándolas, a todas, a
acompañarme. Contraté un crucero por el Mediterráneo al cual invité, es un
decir, a todas mis circunstancias sin
excepción. Con el fin de que no sospecharan de mis intenciones, me abstuve de
realizar los más elementales actos que, en estos casos, toda persona de buen
criterio se ve obligada a realizar en aras de una buena administración. Una
noche, tras una cena en la mesa del capitán cortesía brindada a todos los
pasajeros, por turnos como es natural y comprensible, salí a tomar el aire del
mar que en ese momento permanecía en calma y solo se percibía la brisa fruto
del movimiento del barco. Sin avisar y haciendo una peineta con la mano derecha
y el brazo en ángulo recto, me lancé por la borda sin dar tiempo a que ni una
sola de mis circunstancias se arrojara tras de mí. Cuando ya comenzaba a
sumergirme pude verlas a todas riendo desaforadamente y haciendo la peineta y
el mismo gesto realizado por mí al arrojarme al agua. No tuve tiempo de
reaccionar, soy de secano y no sé nadar, al darme cuenta de que, una vez más,
mis circunstancias me habían traicionado y solo pretendían viajar en el crucero
solas y a mi costa. Mi último recuerdo fue escuchar el comentario de un señor barbudo y con un tenedor grande
¡Si será capullo!
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