Ojeando al Romero de Torres dividido, miró apática a aquel
petimetre decrépito que hacía treinta años se lo había ofrecido. Hoy ya no
sirven pa’ná, ni uno ni otro. Y meditó en silencio sobre su historia. La
Bizcocha no quería ceder a su pupila, era un excelente reclamo para la
marinería –que se conformaba con saborear en su fantasía a aquella belleza de
ojos tristes que se consumía en el local- y sobre todo para los hombres con
posibles que frecuentaban el establecimiento.
Como la inmensa mayoría de las mujeres dedicadas al meretricio,
procedía de raíces humildes más bien míseras, aunque la naturaleza, como para
disculparse, la había dotado de una figura y ojos color violeta que a los
hombres encandilaba. Más de un marinero había caído casualmente por la borda en
alta mar. No eran pocos los que hubieran puesto a sus pies cuanto poseían con
tal de gozar de su favor. Y el indiano era uno de ellos. Llegado de La Habana
para hacer negocios con el café de sus plantaciones en la península, quedó
atónito de la cantidad de salones de café y de la gran actividad social que en
ellos se desarrollaba. Café de las Cadenas, Café de Apolo, Café de La Lonja,
Café y billares Levante… Cádiz sin duda tenía un gran futuro como puerto de
arribada de ultramar.-Mire usté, yo no le doy la custodia de la Dolores ni por to’el oro del mundo.
-¿Y por 50 monedas de oro tampoco?
-Además ella debería aceptar, porque ésta,
si argo no le cuadra, es capá de to pa’impedilo.
-Llámela y pregúntele.
-Lolita hija, ven pacá. Que dice este señor
que si te quieres ir con él pa’La Habana.
-¿Y qué me s’ ha perdio a mi allí?
-Allí tendrías un futuro esperanzador, no
habrías de alternar con nadie pues dependerías de mí y además si quieres cantar
tendrás todas las posibilidades que mi posición puede brindarte.
-¿Y qué parné me va a pagá su excelencia?
Porque si quiere que el ciego cante, la paga por delante.
-Ese no será inconveniente, vivirás en mi
casa pues soy soltero y tengo un montón de criados. Además, si lo deseas,
podrás volver conmigo en alguno de mis viajes.
-¿Y cuándo vuelve usté a La Habana?
-Mañana mismo. En el velero goleta La
Intrépida tengo reservados dos pasajes por si decides acompañarme.
En un rápido resumen mental, la Dolores repasa su vida
actual, centrada en aquel café del que apenas sale y las posibilidades que el
Nuevo Mundo pudiera ofrecerle. Siempre podría volver si aquel sitio no le
gustaba. Había algunos hombres que la atosigaban sin cesar requiriéndole sus
amores pero ninguno buscaba involucrarse más allá de media hora o a lo sumo una
noche. Los poca ropa, poco podían ofrecerle pues no tenían ni donde caerse
muertos y los del sombrero de copa, a veces no tenían más que fanfarria sin
fondos; los otros, los señoritos, mejor no dejar que se acercaran, aquellos
querían todo gratis. Y además, deseaba alejarse de los demonios que no la
dejaban vivir.-Vale acepto si la doña consiente.
-Si hija sí. Espero que te vaya bien. El
oro prometido, aunque distaba mucho de ser “to el oro del mundo”, le producía
un cosquilleo de placer que la invadía hasta las entrañas.
-Entonces de acuerdo, toma dinero para que te
compres ropa y mañana te espero a las nueve en el café de la Lonja para
embarcar. A las doce zarpamos rumbo a Cuba.
Y así desapareció la Lirio de Cádiz. Muchos serían los que
por ella preguntaran en los días y meses sucesivos aunque nadie hallaba
contestación. La Bizcocha respondía con evasivas para no tener que explicar que
en realidad la había “vendido” por cincuenta monedas de oro. “Mejó pagá que
Cristo, ea.. Bien pagá, fuiste muhé”. A la postre, la copla haría el resto y la
convertiría en un mito.Los primeros tiempos en La Habana fueron angustiosos por el clima. Poco a poco se adaptó e incluso llegó a ser feliz; practicó con la copla y el danzón, tuvo ocasión de actuar en varios café-cantante llegando a trabajar con la Orquesta Cervantes en alguna velada. Pero la maldita guerra lo echó todo a perder, acabó con todo.
El indiano, que se llamaba Agustí Vila i Martí fue su padre, pero de poco le sirvió, apenas lo recordaba. La revolución del 98 se llevó por delante plantación, hacienda y lo que fue peor, su vida. Su madre intentó salvar su modo de existencia pero fue imposible. Expropiaron todo, las dejaron en la miseria. No tenían a nadie que las ayudara o protegiera y el final pues era el previsible, vuelta a los lupanares, pero después de haber perdido la costumbre y haber vivido como una señora. La Lirio enfermó y al comenzar el nuevo siglo, murió.
La niña tenía por nombre Rosario, en recuerdo a la patrona de Cádiz, y aunque ella no sabía el motivo, comenzaron a llamarla Cabiria, sin duda por la analogía de vida que tuvo que soportar con una niña de la nobleza romana que fue sometida a esclavitud. Rosario, en cuanto pudo, regresó a España, a Cádiz. A revivir la historia y vida de su madre. Con el lastre de su mala suerte y la vida truncada. La Bizcocha ya no ejercía de celestina, pero la informó de cuanto le pidió. Tuvo ocasión de actuar en varios café-cantante que todavía seguían en boga; café Cervantes, café Madrid, café cantante de la cuesta de la Murga… pero no tuvo el éxito que la hubiera podido alejar del alterne. Después, la edad, pasó factura. Años más tarde una canción suya, la Zarzamora, se haría famosa en las voces de otras artistas.
Estaba sentada a una mesa del café Levante cuando observó a un hombre con pinta de zangolotino dirigirse al limpia. Ambos se volvieron hacia ella y la señaló con la mano. Acercose éste y la saludó.
-Buenos tardes doña Rosario. Con su permiso, soy Federico Rojas, el periodista que hace treinta años le ofreció a usted un billete de cien pesetas a cambio de la historia de la Lirio. Mi interés ha crecido con el tiempo.
La Cabiria levantó la mirada que tenía puesta sobre la vacía copa de machaquito. Y quedó expectante. Había perdido aquella rabia y malaleche que otrora la hicieran inabordable.
-Joven, vas a necesitar mucho tiempo y yo mucho machaquito hasta que tu curiosidad quede saciada…
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1 comentario:
En un principio, me amilané; más tarde, fui perdiendo terror y creí ser capaz de hilvanar una mala continuación; al final, perdido el sentido del ridículo y el rubor, me atreví a continuar el relato. Hoy, sin ser nada del otro mundo, cuánto más lo leo, más me gusta. A veces y sin que sirva de precedente, consigo gustarme ¿a los demás no? sigo comiendo en mi casa...
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