Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 6 de febrero de 2014

SI LAS PIEDRAS HABLARAN


Supongo que soy uno más de los miles y miles de ignorantes ciudadanos que teniendo la Historia a pie de calle, la desconocemos y soslayamos de la manera más necia y palurda. En esta ciudad, han ocurrido hechos heroicos y gloriosos que como quedan tan lejos en el tiempo y a los desertores del arado no nos han contado nunca, salvo las escuetas reseñas obligadas en los libros de la escuela, pues eso, seguimos felices en la ignorancia. Pero por mi parte, a mi pesar por el modo, he reparado algo ese desconocimiento que me lleva a profundizar interiormente en ese pasado tan bravío y gallardo que vivieron nuestros antepasados zaragozanos. Y ha sido visitando el Hospital Real Nuestra Señora de Gracia, fundado en 1425 por el monarca aragonés Alonso V el Magnánimo. Tras su fundación y en los siglos siguientes, fue uno de los hospitales punteros de España donde algunos médicos aragoneses originarios de Cerdeña, hicieron grandes avances en el estudio del cuerpo humano basándose en las autopsias realizadas. Lo consideraban como la casa de los locos.

En un sueño imposible pues el hospital fue destruido durante el primer asedio francés durante la guerra de la Independencia, en la actualidad lo sostienen las que imagino columnas primigenias; unas columnas imperecederas, labradas en piedra, magníficas.  Las vigas de madera que presumo centenarias, reforzadas con traviesas de acero, enseñan en su planta baja lo que debió ser el original en su principio. Cuando el asedio napoleónico a la ciudad, este Hospital fue lugar donde los combatientes hallaron reparo pero no solo eso, en él se combatió a la bayoneta siendo uno de los más encarnizados del cerco. Según grabados de la época, quedó el edificio muy maltrecho pero estas columnas, si pudieran hablar, nos contarían hechos y acciones desesperadas por parte de los defensores que los incultos del presente desconocemos. Al verlas, el espíritu de este desertor de tantas cosas, se ha emocionado,  ha viajado en el tiempo y al menos con el recuerdo, se ha sentido solidario junto a aquellos héroes de las trincheras y de quienes con abnegación les curaron de sus heridas. Y por qué no decirlo, orgulloso de ser heredero de los mismos.

En el silencio de la noche, en una madrugada de vigilia hospitalaria, pasear a su lado pegando la oreja, te transporta a aquella vorágine de fuego y sangre donde los combatientes, a la desesperada, trataban de repeler el asalto de las tropas napoleónicas en medio de los escombros del hospital casi derruido. El retumbar de los bombazos procedentes de la Puerta del Carmen y El Portillo llega nítido a esas columnas. Solo esas pilastras permanecían en pie dando a las personas que allí defendían y a quienes les curaban, ejemplo silencioso de que no se rendirían en tanto una de ellas quedara en pie. Heroísmo compartido con aquella Comunidad sanitaria de monjas y frailes de santa Ana, al servicio de sus paisanos y de los más necesitados. La pequeña capilla situada a la entrada del hospital alberga en su sótano la cripta en la cual reposan los restos de varias monjas de esa Congregación, en la cual reposaron también los de quienes fueron  fundadores de la misma: la Madre Rafols y el Padre Juan Bonal. Hoy conozco algo más sobre una monja que para mí, solo había sido un nombre de calle de la ciudad de Zaragoza que incluso desconocía su ubicación.

No menos digna de ver es la farmacia ubicada también en la planta calle camino del ala norte que alberga la parte de los pilares. Su fama y suerte corrió pareja al hospital, no librándose de la destrucción durante el asedio. Ello no fue óbice para recuperarse y recuperar todo su esplendor y tarros y ungüentos necesarios para preparar las receptas de los meges del hospital. Es un verdadero tesoro y una delicia para los entendidos y amantes de todo lo relacionado con el saber y hacer de las boticas.

El Hospital Real Nuestra Señora de Gracia, a pesar del dolor de perder a un ser querido, ha dejado de ser un lugar de sufrimiento y generador de rechazo, ignorado, para convertirse en sitio de admiración por la Historia que sus muros y sobre todo sus bellas y robustas columnas, encierran. Ese patrimonio, aun contando con nuestro desdén y olvido, como sus robustos y pétreos pilares serán imperecederos.

Desconocemos muchas cosas más, casi diría que toda la historia de la ciudad y de Aragón. Salvo estudiosos o curiosos del tema ¿Quiénes conocen a los condes y reyes de Aragón? Una minoría. En la escuela de los años de mi niñez, los reyes godos tuvieron mucha mayor importancia. Fernando de Aragón era conocido por ser el marido de Isabel de Castilla, en caso contrario hubiera pasado desapercibido. Si hicieran una encuesta ¿cuántos sabrían el ordinal de este rey? No me tiraré el pegote de decir que yo de siempre lo he sabido; incluso ahora, puede que ya se me haya olvidado. ¿Y qué decir de la Aljafería? Toda la avalancha de desertores del campo la conocimos casi como un edificio en ruinas, sin valor de ningún tipo, casi como un corral de cabras. Y posiblemente los moradores con pedigrí la utilizaran para hacer correrías en su interior.

 Es lacerante el conocimiento que tenemos los aragoneses y zaragozanos  de nuestra historia. El reinado moro, cuyos vestigios permanecen imborrables en ese castillo, es un desconocido para todos. Si de los reyes cristianos no conocemos más que a alguno que tiene una calle famosa, de los moros ¿Hay alguna calle que nos recuerde que ese personaje fue un influyente gobernante para y entre sus súbditos? De casualidad conozco a Avempace, porque es el colegio e instituto donde estudiaron mis hijas y a Averroes, por vivir junto a la calle a la que presta su nombre. Algún rey de esos tan famoso por su calle, no se la merece pues para Aragón como territorio, fue peor que Fernando VII para España.

Hoy nos ponen nombre de calles snobs y sin fundamento en nuestra historia, ¿a ninguna lumbrera se le ha ocurrido que tenemos suficiente material como para cubrir esa laguna desmemoriada? Claro que, en este nuestro barrio, con nombres ilustres de la cultura española dando ubicuidad a nuestras calles, con seguridad a la mayoría nos ocurrirá como a mí con la madre Rafols: nos suena el nombre de la calle, quizá la situemos si nos pilla cerca o la transitamos a menudo, pero con toda probabilidad desconozcamos al personaje y su historia.