Quienes tenemos varias cruces
per cápita adjudicadas a lo largo del año, hoy debería ser nuestro día de
liberación. Aunque solo fuera por una jornada o unas horas, habríamos de ser redimidos
de las mismas, más que nada para descansar.
Hoy es la festividad de la
exaltación de la Santa Cruz. Y no le veo la gracia que al poste en el cual
Jesucristo fue ajusticiado lo llamen santo. Es la muestra de la ligereza con la
cual han obrado los curas a lo largo de los siglos; hacen santo a cualquiera que
pasaba por allí, es un decir, y posiblemente a quienes más se lo merezcan los
hayan condenado al fuego eterno o al olvido más cruel. Aunque sea una
comparación odiosa, es como si para recordar a María Antonieta, sus adictos,
exhibieran una guillotina.
Al margen de estos pensamientos
corrosivos que me invaden, hubo un tiempo en el cual hoy era una gran fiesta en
el pueblo. Hacíamos una romería a la ermita de san Ginés, en el cerro del mismo
nombre. Una hora de ascenso con la cresta de la montaña en ocasiones vestida de
blanco. Años jóvenes, los míos, en los cuales la ilusión se anteponía a
cualesquiera otros motivos que por otra parte desconocíamos o no nos
planteábamos; era la edad del pavo. Los quintos sacaban al santo en procesión y
eran bendecidos los términos (yo lo porté el año que estaba en la mili aunque
fui voluntario); luego, nos daban un huevo duro por cabeza, y vino. Ya lo
conté, pero lo repito: al que subía la bandera del santo desde la iglesia del
pueblo y luego la portaba en la procesión, le daban media docena de huevos.
Casi tenía adjudicado el transporte nuestro inefable Crispín, pero un año me
plantee quitarle la bandera y lo conseguí. Gran victoria. Cincuenta años menos;
casi nada, una vida.
Hoy siguen haciendo la romería,
pero más modesta. Llevan, los abuelos, en procesión al santo hasta El Llano y
desde allí hacen la bendición terminal. Se ha perdido un poco la tradición, no
hay gente ni ganas para subir al cerro, a cambio se ha ganado en intendencia:
al huevo individual repartido a la salida de la misa se suma después la cesta
con los sobrantes, muchos, que en la puerta del horno disfrutan todos los
presentes poniéndose hasta el culo de huevos cocidos… mientras duran.
En su recuerdo, me he comido dos
huevos duros y bebido un vaso de cava. Hermanos, mi espíritu os hace compañía.
(Aunque no a tod@s por igual, ¿vale?).