Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para callarse.

jueves, 11 de septiembre de 2014

HISTORIAS DE HOTEL

Porque un hotel es un mundo en el que hay muchos líos, celos competenciales, profesionales, amorosos…. Y no hablemos de los que ocurren en las bedrooms. Eso ni tocarlo. A Ceferino lo llevaron de holgazanear en el pueblo –es un decir- a hacer caracolas de mantequilla para los desayunos del hotel Oriente, eso cuando salían. La conclusión vital que obtuvo de vivaquear por los restaurantes y hoteles fue que en la cocina había mucha fanfarria y demasiados trucos, como en los circos. Títulos grandilocuentes que todavía persisten y que heredados de la cocina francesa parecen aumentar la “grandeur” de la misma olvidando que aquí llamamos al pan, pan y al vino, vino, aunque no siempre que también somos herederos del Lazarillo de Tormes y sabemos dar gato por liebre. La primera vez que vio una tortilla a las finas hierbas se quedó patidifuso: tortilla francesa con perejil picado, toma yaaa. O consomé Royal, ahí es nada. Recuerda el chiste del cómico: “¿Y eso cómo se toma?” “Con un huevo dentro” “Joder qué postura”. Pero claro, a cierta clientela le va más la rimbombancia y la fantasía que llamarles a las cosas por su nombre. A Cefe le han ocurrido infinidad de cosas en un hotel de ciudad o a pie de playa. Claro que igual quieren una historia real en la que el jefe de cocina, cuchillo carnicero en mano, corra por los pasillos al maître o al director….No será él quien haga sangre del asunto, que bastante quedó por el suelo del  comedor tras la discusión (eso sí, de un conejo vivo que en aquel momento enarbolaba el cocinero mayor). Todo por unos langostinos de sant Carles de la Rápita que el jefe de cocina tenía interés en sacar fuera porque estaban aprendiendo cante jondo y al jefe de comedor no le pasó por el ombligo ofrecerlos por ese mismo motivo. La que se armó fue homérica; ni el director podía implantar un mínimo de orden y cordura. Tras amenazarlos con el despido fulminante, las aguas volvieron a su cauce, pero eso sí, el metrotel, procuraba mantenerse lo más alejado posible de la cocina, sobre todo cuando el chef enarbolaba aquella Tizona. La verdad es que el problema no fueron los langostinos ni el conejo, aunque el pobre pagó el pato del desencuentro. Como era de prever, tenía faldas. Si ya sé que dirán que si tal que si cual, pero la verdad no tiene más que un camino; como decían los griegos, lo diga Agamenón o su porquero. La cosa tuvo su gracia pues ambos si querían chupar algo, tenía que ser alguna cabeza de gamba pues la interfecta… se lo montaba con el mozo de la piscina que no veas, le hacía el boca a boca hasta dejarlo sin respiración. Cefe está convencido de que quienes realmente mejor lo pasan son los botones y los pinches de cocina a pesar de su experiencia negativa como segundo afectado. En una ocasión le entregaron un pavo y se le escapó hacia el comedor donde armó tal revuelo y estropicio entre la vajilla y la clientela que aquello se convirtió en una auténtica caza del pavo olvidando, todos, las composturas debidas. El bicho, sin parar de decir glugluglu, alcanzó una ventana y salió volando al exterior con tan buena o mala suerte que fue a parar a manos de una cuadrilla de hippies, los cuales montaron raudos en su destartalado vehículo poniendo pies en polvorosa. En Peñíscola ¡¡hace 48 años!! participó en la inauguración de un hotel de cuatro estrellas, Hostería del Mar, del cual solo conserva buenos recuerdos. El personal vivió y ocupó las habitaciones hasta el momento de su apertura; la juventud de la mayoría excepto el director y el jefe de cocina, excelente cocinero y mejor persona, no fue óbice para sacar adelante una tarea que se presumía ardua pues en aquellos años la colonización de la costa entre Peñíscola y Benicarló era inexistente. El jefe de cocina señor Romea, libraría a la panda de más de un lío con la guardia civil, celosa de que nadie sacara los pies del tiesto. Cefe, que era de secano, no sabía nadar y una noche casi se ahoga en la piscina del hotel, vacío todavía de clientes. Uno de los cocineros, su salvador, tenía novia y estaba a punto de casarse. ¡Ja! un furibundo ataque de Cupido, más bien de una camarera, mandó a la novia a buscar nueva pareja; andaban comiéndose a besos a todas horas, fue fulminante. Una noche en la playa una compañera le pidió la llevara en brazos al hotel. Solo el Mediterráneo y la Luna fueron testigos del nacimiento al amor de Cefe. Anécdotas, muchas, que son historia. ¡Hasta fue cocinero de generales y ministros en Valencia! Donde una noche abandonando la guardia “tomaron” Cullera. Si llega a aparecer por allí La Mejillona, sargento de la PA de la base de Manises…todos al paredón. Pero llega Septiembre y las playas antes llenas de gente variopinta y bullanguera, son invadidas por nostalgias de los días pasados y la gota fría barre a los últimos irreductibles invasores y alguna lágrima rebelde….