Si por hotel a la orilla del mar
consideramos a cualquiera de los que existen en La Manga del Mar Menor, tuve la
suerte de alojarme en uno de ellos en las minivacaciones más inolvidables que
he disfrutado; disponía de más días pero encontrar plaza ya fue una odisea,
conservarla, un imposible. Un buen día de primeros de Junio me lancé a la
carretera sin haber podido conseguir una mísera o lujosa habitación en cualquier
hotel de La Manga. Si no encontramos donde dormir, lo haremos en el coche, pues
no sería la primera vez o quizá tal vez en un motel de carretera consigamos una
cama donde dejar caer los huesos tras tantos kilómetros conduciendo. No
enumeraré los hoteles porque fueron todos y aunque de algunos recuerdo su nombre,
no cabe dilapidar espacio para enunciarlos: TODOS o casi. Parecíamos la Virgen
y san José en busca de posada.Y siempre recibíamos la misma respuesta a nuestra
petición: Podemos darle habitación pero solo para esta NOCHE. ¿Cuál era el
misterio? Los hosteleros ya lo saben. Aquel día partían los clientes que habían
consumido su estancia y al siguiente entraban otros. Llegamos con el coche
hasta donde se podía entrar por carretera en La Manga y ya decepcionados,
escépticos y de vuelta, vimos un apartotel, Los Delfines y decidimos probar
suerte. Aquí nos dieron posada todo incluido ¡¡por cuatro días!! Eso sí improrrogables.
He vivido en hoteles como trabajador y confieso que ser cliente, es una gozada.
No voy a contar nada que no sepa quién es o ha sido hostelero. A la mañana,
desayuno en el bufé. Para los golosos, lamineros y tragaldabas, el paraíso. A
partir de las once, barra libre de refrescos y cualquier otra bebida. No ponían
JB o Carlos I, pero eso a los ingleses o españoles nos daba igual. Con el coche
llagaba hasta el final de La Manga, donde ya no se podía pasar. Había una playa
con una pradera de plantas marinas y agua caliente que era una gozada. Novatos,
desconocíamos los secretos que encerraba; una señora nos lo rebeló: “allí donde
el agua tiene otro color, pueden recoger el barro para embadurnarse el cuerpo
entero” y vaya que sí. Arcilla de color gris con la cual cubrimos toda nuestra
piel visible hasta que se secó. Parecíamos a esos negros que en las películas
de África salían rebozados de arcilla y mejunjes. Luego una vez seca la tierra,
a lavarnos en el mar. Nunca sentí la piel tan suave como tras estos lifting y
lo mejor de todo ¡¡gratis!! Un poco más alejado observé otro día a un hombre
que agachado y con las manos dentro del agua, parecía buscar algo. Curioso y
deseando tomar parte en el botín, comencé a imitarle. Al poco hallé
contestación al misterio: estaba buscando cañadillas. Como no tenía opción con
las mismas, desistí de seguir buscando, mi curiosidad estaba satisfecha. A la
vuelta a mediodía y tras una ducha, un vermú fresquito antes de comer. Como las
costumbres de los extranjeros respecto de las comidas, y otras cosas, son bien
diferentes de las nuestras, ellos estaban esperando abrieran el comedor,
nosotros siempre sin prisa. (Me tocó alguna vez en Benicassim, harto de paellas
y de clientes, preparar una paella para unos madrileños (me guardaré el epíteto)
a las 11 y media de la noche). Tras comer, los foranos, se pegaban unos
lingotazos de coñá que a mí me hubieran tumbado. Y lo que nunca se me olvidará
ocurría tras la cena. Había animación, música etc. para los clientes; y éstos
venidos de fuera, Luton en especial, acudían al sarao de punta en blanco. Una
pareja muy mayor llamó mi atención: ella como un pincel, con traje de baile de
salón y él sin desmerecer. Marcaba el hombre los pasos y hacia unas revueltas y
unos giros con la cabeza que me dejaron fascinado,
por la edad y por cómo se lo trabajaban. Hoteles llenos de personas mayores que
(en algunos casos) quizá su prioridad no fuera el agua, pero con su estancia
lograba mantener abiertos los establecimientos, algo esencial para los mismos.
Enviado al mismo hotel
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